Capítulo 5

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Harry no podía recordar cuándo fue la última vez que estuvo en el Caldero Chorreante. Y aunque el bar era mas diminuto de lo que recordaba, su aspecto mugriento seguia siendo el mismo..

— ¿Lo de siempre, Hagrid?

— No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts — respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las rodillas.

— Buen Dios — dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry —. ¿Es éste... puede ser...?

El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.

— Válgame Dios — susurró el cantinero —. Harry Potter... todo un honor.

Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.

— Bienvenido, Harry, bienvenido.

Harry no sabía qué decir, estaba cansando de ser el centro de atencion. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.

Harry dejó de escuchar, al momento que Hagrid comenzó a nombrar a todos los presentes.

— ¡Profesor Quirrell! — dijo Hagrid —. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.

— P-P-Potter — tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry —. Nno pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.

— ¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

— D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras — murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello —. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter?

—Porsupesto. Es algo que todo ser necesitaría aprender, profesor.

— Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry. — dijo, Hagrid. Y se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.

La cabeza de Harry era un torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.

— Tres arriba... dos horizontales... — murmuraba —. Correcto. Un paso atrás, Harry.

Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.

El ladrillo se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho.

— Bienvenido — dijo Hagrid — al callejón Diagon.

Harry sonrió y vio la pared que volvía a cerrarse. El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.

— Sí, vas a necesitar uno — dijo Hagrid — pero mejor que vayamos primero a Gringotts.

Habían llegado al edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, estaba...

— Son duendes — dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. Cuando entraron el gnomo los saludó. Entonces encontraron las puertas dobles de plata.

Dos duendes los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.

Harry Potter y La Moneda Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora