Capítulo 16

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El clima era caluroso, en especial en el aula grande donde realizaban los exámenes escritos. Les habían suministrado plumas que habían sido hechizadas con un encantamiento antitrampa.

También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó uno a uno al aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima del escritorio. La profesora McGonagall los observó mientras convertían dos gotas de agua en una espada. Ganaban puntos las espadas más afiladas, pero los perdían si el fuego las evaporaba. Snape los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de recordar cómo hacer una poción para curar a un hijo de Zeus.

Harry lo hizo el examen con rapidez, tratando de ignorar las punzadas de dolor que sentía en la frente. Draco pensaba que Harry aun les ocultaba cosas, porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que Harry se despertaba por culpa de su vieja pesadilla, producida durante la guerra, que se había vuelto peor, porque la figura encapuchada de Voldemort le atormentaba.

Tal vez era porque ellos no habían vivido lo que Harry vivió, o porque no tenían cicatrices ardientes en la frente, que no parecían tan preocupados por el Futuro como Harry. La idea de Voldemort los atemorizaba, desde luego, pero no los visitaba en sueños y estaban tan ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquietarse por lo que Quirrell o algún otro estuvieran tramando.

El último examen era Historia de la Magia. Media hora respondiendo preguntas sobre los inventos de viejos magos, y estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los resultados de los exámenes. Cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus plumas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el resto.

— Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé — dijo Draco, cuando se reunieron con los demás en la sala común —. No necesitaba haber estudiado los libros avanzados de la biblioteca.

—Te dije que con los apuntes alcanzaba — suspiró aliviado Blaise, recostándose en el sofá —. Pueden aliviarse un poco, falta una semana para que sepamos lo bien que nos fue, y Harry, relájate, no hace falta preocuparse.

Harry se frotaba la frente.

— ¡Me gustaría saber qué significa esto! — estalló enfadado —. Una guerra se aproxima. Están por robar la piedra, pero no parece importarles.

Harry se encontraba agitado.

— Harry, relájate, — sugirió Draco — Blaise tiene razón, la Piedra está segura mientras Dumbledore esté aquí. De todos modos, iremos esta noche.

Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se había olvidado de algo, algo importante. Vio una lechuza que volaba hacia el muro, con una nota en el pico. Hagrid era el único que le había enviado cartas en aquella ocasión. Pasar ante Fluffy solo... solo... Pero...

Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.

— ¿Adónde vas? — preguntó Blaise, adormilado.

— Acabo de recordar algo— dijo Harry. Se había puesto cadavérico —. Y ire a rectificarlo con Hagrid ahora.

— ¿Por qué? — anheló saber Pansy, levantándose.

— ¿No les parece un poco raro — dijo Harry, subiendo por los escalones de piedra — que una canción de cuna duerma un perro de esa magnitud? Qué suerte tengo al saber pasarlo, ¿verdad?

— ¡¿Por qué no se nos ocurrió antes?! — dijo Draco, pero todos se echaron a correr por los terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.

Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los pantalones y las mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran recipiente.

Harry Potter y La Moneda Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora