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—¿SABEMOS QUIÉN ES LA DAMA ROJA? —preguntó Steve Rogers mirando fijamente a Nick Fury.
—Las cámaras de la ciudad lograron captar su rostro y nosotros logramos intervenirlas antes de que eliminen las grabaciones —explicó Fury, sentado frente a las computadoras—. Louise St. James.
—Era enfermera del ejército, salvo vidas en Europa hasta el 44 —expandió Maria Hill—. Nacida el 16 de febrero de 1919. Padre, Thomas St. James, un ingeniero británico; madre, Penny St. James, ama de casa —bajando entre los datos que capturaron de la chica, Hill continúo leyendo—. St. James se unió al ejército en el 41 y desapareció en el 44, luego de que se tomara un descanso del ejército para ir a visitar a su madre enferma. Nunca nadie la declaró como muerta ni desaparecida.
—¿Fue enfermera en Europa? —preguntó Rogers queriendo confirmar una teoría.
—Sí.
—Louise... —Steve miró a Hill, mientras recibía miradas confundidas de todos los presentes—. ¿Tienes una foto?
Hill asintió y tapeo algo en su computadora, girándola para mostrarla la imagen a Rogers.
—¿Saben si conocía a Bucky? —pregunto.
—No lo sé, es posible ambos estuvieron en el ejército en Europa —asintió Maria—. ¿Porqué?
Steve cruzó miradas con Natasha, como si algo en la mirada de la chica le dijera si Louise era quien pensaba que era. Pero Romanoff no tenía idea de lo que Steve pensaba.
—¿Cuál es el problema? —pregunto Falcon, cruzado de brazos. El pobre todavía tenía que adaptarse a la rareza de todos los acontecimientos sucedidos, tales como esconderse de una organización soviética, y las cosas se ponían más confusas.
—Había una chica, era enfermera —comenzó a explicar Steve—. Bucky estaba enamorado de ella. Me acuerdo cómo se quedaba hasta tarde escribiéndole cartas. Nunca fue el tipo del que escribe cartas de amor o dedica poemas, pero el decía que ella era el tipo de chica que merecía... que debía recibir cartas —se corrigió— y quería que fueran las suyas. Bucky la llamaba Lou, la enfermera de ojos verde.
—¿No sabe que los europeos tienen todos ojos claros? Difícil distinguir —dijo Sam.
—¿Crees que es ella? —preguntó Natasha.
—No lo sé, podría... —Steve se quedó pensando por un instante. Todos estaban en silencio, entendiendo por lo que pasaba después de ver a su mejor amigo de toda la vida querer matarlo como si no lo conociera.
