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LOUISE PODÍA PENSAR EN NADA Y EN TODO A LA VEZ. En la mente le fluía un silencio inundado en preocupación. Preocupaciones dirigidas a Bucky. En cambio, hacia ella, no sentía ni temor ni remordimiento. Lo que le fueran a hacer, sin importar la gravedad, creía merecerlo, después de todo lo que hizo, de todos los que mató, de todos los inocentes. Le daba asco pensar que por un momento había pensado en volver a tener una vida, de creer que todo los sucesos malos iban a quedar en el pasado, que lo iba a borrar todo y empezar de cero.
No solo no podía borrar todo lo qué pasó, sino que tampoco debía. Necesitaba recordarlo todo, era lo que merecía. Si iba a estar libre, necesitaba remordimiento y culpa. Eso era toda la justicia que le podía otorgar a todos los que hirió.
Sentada con un chaleco de fuerza y manos atadas, encerrada en una cabina protectora, la trasladaban. Un ruido ensordecedor le llenaba la cabeza, le llenaba la preocupación, le ocupaba el pensamiento dejándolo en la nada. Se le vació la cabeza. En blanco, Louise se perdió en el tenue reflejo que el vidrio frente a ella le otorgaba. Observaba su rostro, levemente lastimado. Su expresión era como un lienzo que fue pintado y borrado varías veces, quedando una mancha llena de la furia y frustración de un pintor que no resuelve su idea, que su mano no le permite plasmar.
Fue pintada tantas veces. Creció siendo pintada por la sociedad, por su familia y por su madre. Ya se estaba formando la pintura, empezaba a tener significado y belleza. Pero la idea fue robada y borrada. Pasaron el antebrazo sobre el lienzo fresco, intentando plasmar algo nuevo arriba. El terror fue dibujado pero las memorias impidieron que se finalice la obra. Huyó y ahora ella misma se intentaba encontrar en el lienzo. Pero era solo una mancha borrada, corrompida, sucia.
El ruido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Borró su reflejo, enfocando la vista en el hombre frente a ella.
—Buenas tardes —saludó el hombre de traje—. Me llamo Dr. Sheppard —tomó asiento en el escrito frente la caja de seguridad en la que ella estaba—. Eres Louise, ¿no? —pero ella no respondió, simplemente lo miró fijamente, con la vista helada—. Estoy aquí para hacer unas preguntas, para que hablemos.
Louise no respondió, así que el psiquiatra se aclaró la garganta, y continuó.
—Pasaste por mucho, Louise. No debe ser fácil lidiar con...
—No quiero hablar de eso —la voz le salió atragantada y ronca.
—Necesito que seas honesta y colabores con algunas preguntas, esto también te beneficiará ya que con los resultados, se analizará tu estado y tu sentencia —explicó el psiquiatra.
