Capítulo 3: En el ojo del huracán

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Año 1999, en algún lugar del sur de Chile.

—¡Abuelita, estoy cansada! ¿Cuánto nos falta?

Una pequeña Yovanka caminaba por un frondoso camino de tierra y piedras cubierto por sombras proyectadas desde los árboles. Su ropa en mal estado, el sabor de la tierra mezclada con sudor en su boca, los rasguños de la zarzamora en sus brazos y su cansancio eran el producto del intenso entrenamiento al que estaba expuesta.

Frente a ella, una anciana se movía sin dificultad con la ayuda de su bastón, mientras que la tierra y las piedras presentes en la subida se ordenaban bajo sus pies, como si el cerro estuviese bajo sus órdenes, con la vegetación colaborando con su ascenso.

—¡Ya nos falta poco! Cabra de mierda, vienes reclamando desde que llegamos.

—¡¡¡Llevamos ocho horas caminando!!! —reclamó la niña, enojada por las constantes groserías de su abuela.

—Ya estamos llegando, ¡mira!

Aquella anciana, que tanto por el vestido largo y rojizo que llevaba como por su largo cabello plateado y nariz aguileña (rasgo que compartía con la pequeña de gafas), parecía una bruja de cuentos de hadas capaz de someter la montaña a su voluntad. Cuando pronunció aquellas palabras, movió un par de ramas que interrumpían su paso, provocando que la luz del sol cubriera el rostro de la niña. Yovanka, totalmente encandilada, se sacó sus lentes mientras ambas entraban a un mirador natural de piedra, desde donde se veía un hermoso valle con un lago de aguas cristalinas, enmarcado por frondosos bosques en los que reposaban de manera imponente árboles milenarios. Asombrada por esa visión, la niña sintió que toda la caminata había valido la pena.

—Siéntate nomás, Yovita. —La anciana sacó de sus ropas una botella de jugo—. Recupera energía, voy a comenzar a preparar el oráculo.

Luego de entregar la botella, Elsa Illich siguió sacando varios artículos desde su vestido, dejándolos junto a su pequeña nieta que, muy sedienta, bebía del jugo rápidamente.

—¿Me va a enseñar la técnica para guardar cosas infinitamente en el vestido?

—Te voy a enseñar más que eso, espérate no más.

Ocupando algunos extraños artefactos, la anciana preparó un círculo de tierra y hojas. Una vez listo, arrojó hacia el círculo unas piedras que brillaban de un color azul claro y se dirigió a la niña.

—Siéntate al lado del círculo, en posición de meditación.

Yovanka, acostumbrada a las órdenes de su abuela, se ubicó en el punto indicado, sentada en una posición de flor de loto. Su abuela hizo lo propio en el lugar opuesto a ella, dejando el círculo de tierra y hojas en medio de ellas.

—Abuelita, quiero preguntarle algo.

—¿Sí?

—¿Algún día podré ver a mi mamá si aprendo a usar el oráculo?

—Obvio que puedes —la anciana suspiró y giró su cabeza hacia el paisaje, absorta en sus recuerdos—. Pero tienes que entender que el mundo está lleno de gente peligrosa, hueones que son mucho más fuertes que yo y que usan el maná para dañar a otros o buscar el beneficio propio. Por eso tienes que prepararte y defenderte antes de pensar en tu mamá.

—¿Existe alguien más fuerte que usted? Todo el mundo la mira con miedo.

—¡Ja! Hay gente no sabe ni siquiera lo que es el miedo. Esas personas existen, y debes saber lidiar con ellas si no quieres que te pasen por encima. Pero no te preocupes —apuntó hacia el paisaje que tenían ante ellas, que se iba adornando con un brillo crepuscular mientras bajaba el sol—, también vas a poder ver a tu madre algún día.

Eterna, el universo elemental. Primer volumen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora