Capítulo 2: Vientos de tragedia.

107 9 6
                                    

Plaza Manuel Recabarren, frente al Destacamento Tucapel del ejército.

El centro de Temuco se encontraba repleto de gente aquella tarde otoñal de abril. Escolares, vendedores ambulantes, oficinistas y personas que estaban haciendo sus compras generaban un tumulto caótico en las veredas de la ciudad, todo a causa de los desvíos instalados por las explosiones que habían afectado a los edificios del centro un par de días antes.

A un par de cuadras de la Plaza de Armas, en la Plaza Recabarren, una joven adolescente de largos cabellos castaños y vestida con un jumper escolar esperaba por alguien mientras miraba con impaciencia su teléfono celular. Luego de un rato, la estudiante subió la mirada y encontró a la persona que estaba buscando: un sujeto con sobrepeso, barba poco cuidada e incipiente calvicie, con un polerón manchado y unos jeans que reflejaban una apariencia descuidada. Era el sospechoso.

—¡Hola! ¿Cómo estái? —La escolar lo saludó efusivamente.

—Hola. Yo bien, ¿y tú? —respondió el sujeto con cierta timidez.

—¡Bien po'! ¿Andái nervioso? ¿Necesitas que vayamos luego a tu casa? A mi igual me da cosa estar acá.

—Ya, sí, vamos. —Ante el entusiasmo de la escolar, el tipo perdió parte de su nerviosismo, al igual que su inhibición, ya que la mirada que le lanzó a aquella joven causó que algunas personas giraran la cabeza con desconcierto.

Desde una distancia prudente, Yovanka y Camilo miraron con atención las acciones tanto de la adolescente como las del adulto en cuestión.

—Picó altiro el enfermo culiao. —La estratega del equipo ajustaba sus gafas mientras observaba la situación.

—Su forma de actuar todavía me parece extraña.

—Camilo, está dentro de su modus operandi. Este sujeto busca concretar su cita con las cabras chicas y, apenas puede, se escapa evitando la luz pública. —Franco, que se encontraba sentado en el Titán a unas cuadras de la escena, respondió las dudas de Camilo por medio de los auriculares de maná, pequeños artefactos que la cuadrilla usaba en las orejas durante las misiones y que les permitía comunicarse entre sí.

—¿Vania está en posición? —Yovanka miró hacia una cafetería en la cuadra contraria a su posición.

—Sí, estamos esperando a que salga de la plaza nomás. —Vania bebía un sorbo de café mientras fingía que estaba leyendo un libro.

—¿Y el Kevin? —La estratega miró hacia una cuadra más allá de su posición.

—¡Sin caña y listo! —el aludido respondió a la brevedad.

—¿Está esperando que lo sigamos?

—Franco, en los registros del Gremio, aparecemos como si estuviésemos presos. Debe pensar que lo están siguiendo, pero no la misma cuadrilla que lo atacó anteriormente.

—Ya se van de la plaza, continúo con el seguimiento.

Vania interrumpió la conversación al ver que la joven estudiante y el hombre mayor se alejaban. Luego, levantó un extraño silbato largo que bien podía ser confundido con una varita mágica. Al hacer esto, una manada de perros y gatos callejeros comenzaron a movilizarse en una extraña coordinación, lo suficientemente cerca como para escuchar claramente al sospechoso y a la escolar, pero lo necesariamente lejos como para que este no sospechase que los animales lo estaban siguiendo.

—En posición. —Vania cerró los ojos.

—¿Qué escuchas a través de los animales? —Camilo respondió, expectante.

Eterna, el universo elemental. Primer volumen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora