Capítulo 22: La razón por la que estamos aquí

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Una hora después, en una casa del pueblo.

—¿Esa es la dosis?

—Sí, esa es la dosis. Recuerden, a todos al mismo tiempo.

—¿Qué hacemos con el resto?

—Déjenlos amarrados y no los maten, todavía tengo que hacer algunos experimentos con ellos.

Los momentos después de la batalla fueron desgarradores. Aparte de los fallecidos por la mano de Vidar, otros quince habitantes murieron a manos de los atacantes de Swain. La defensa había sido un éxito, pues los daños a la propiedad dentro del pueblo fueron mínimos y solo se concentraron en las barricadas que defendían los adeptos. Aun así, se respiraba la tragedia en el ambiente, puesto que los Pulluche habían perdido a su representante en el exterior, a parte del concejo de ancianos, a la mayoría de los soldados de Nahuel y, más importantemente, a su modo pacífico de ver la vida.

No habría más negocios con Enrique Swain después de aquella noche.

En la casa, los defensores mantenían sentados en fila a cinco de los mercenarios capturados por la cuadrilla, maniatados fuertemente a las sillas por los círculos de Yovanka. La bruja, visiblemente harta de la situación, le entregó elixires de la verdad a cinco Pulluche para que se los dieran a los soldados y así poder obtener información.

—Tengo que ir a la plaza, cualquier cosa van a verme al fuego.

Yovanka salió de la casa y caminó en solitario por un par de metros ante la frescura de la noche, en dirección a la plaza principal del pueblo. Allí, la mayoría de la gente que no estaba limpiando los escombros ni sacando las barricadas se congregaba para los servicios funerarios de los fallecidos en el combate.

Los Pulluche no solían enterrar a sus muertos ni hacer ritos funerarios occidentales, ya que preferían la cremación con unas llamas azules de maná que permitían que las almas de los muertos pudiesen conectarse con sus antepasados dentro de la mágica tierra de Pelluhue. Para esta situación especial, los lugareños capaces de mover madera prepararon una enorme pira funeraria de más de cinco metros, similar a una pirámide de troncos, en donde en cada nivel fueron colocados cuidadosamente y envueltos en sábanas blancas cada uno de los fallecidos, los cuales entre hombres y mujeres sumaban veintidós personas.

Gonzalo Quinchavil, de 27 años, quien murió defendiendo al lonko Colo Colo, fue colocado suavemente en la cima de la pira funeraria por su hermano, el que puso sobre él una foto de ellos cuando eran niños y otra en donde aparecían ya de adultos junto a los jóvenes de la residencia.

Una mezcla de pensamientos invadía la cabeza de Kevin mientras lloraba en silencio, ya que desde que habían llegado a Pelluhue todo se había dado increíblemente mal. Intentó mantener la misma firmeza que su hermano había tenido en vida, porque tenía claro que no solo los Pulluche que quedaban en la zona podían verlo sino que también sus antepasados. Luego de reposar el cuerpo, el Pulluche bajó de la pira para recibir una antorcha encendida por Colo Colo y con una hermosa llama azul. A su vez, el lonko era escoltado por los ancianos que habían sobrevivido al ataque. Nahuel, quien también pudo sobrevivir, quería acompañarlo, pero estaba recibiendo atención médica urgente en los humedales debido a sus heridas.

—Kevin...

—¿Sí, lonko?

—El que debió morir ahí debí haber sido yo. —El niño apretó sus puños y mordió sus labios por impotencia, impulsado por los pensamientos de su cuerpo aún inmaduro—. Prometo que su sacrificio no quedará en vano, y que su historia será cantada por la eternidad —Colo Colo miró a Kevin, quien temblaba con la mirada perdida, y trató de de darle ánimos como el guerrero que era—, y por supuesto que Swain y Ratkevicius se arrepentirán por lo que hicieron.

Eterna, el universo elemental. Primer volumen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora