Residencia de los Pulluches.
—¿Se van a Rancagua?
La residencia en donde vivían los hermanos Quinchavil era una ex casa colonial que se encontraban justo al frente de la imponente Universidad de la Frontera —recinto educativo que ocupaba más de 700 hectáreas de superficie—, y que durante los años 90 había sido comprada por la misma universidad, para que estudiantes secundarios y universitarios de origen adepto e indígena, provenientes de lugares lejanos a Temuco, pudieran tener un lugar donde vivir tranquilamente. Kevin ya llevaba tres años viviendo en el lugar, mientras que su hermano que estudiaba derecho, seis.
Gonzalo Quinchavil era cinco años mayor que su hermano Kevin, y ambos se distinguían por compartir rasgos que los delataban como absolutos consanguíneos, diferenciándose únicamente por la notoria diferencia entre sus físicos. Miró a su hermano con preocupación mientras este preparaba un bolso con ropa de recambio para el viaje. Rancagua quedaba a ocho horas al norte de Temuco, y la misión les tomaría varios días.
—Sí, la Yova está buscando su promoción a mayoral para poder investigar la hueá que le pasó al Cami —apuntó hacia un montón de ropa de color naranjo que estaba cuidadosamente doblada sobre una cómoda—. ¿Me pasas la polera que protege contra el fuego? Creo que es lo único que me falta.
—Se le llama ropa ignífuga —Gonzalo tomó la polera y se la entregó a Kevin— ¿Estás consciente de que llegar a mayoral es recomplicado, no?
—Yo también quiero saber lo que le pasó. —El joven Pulluche cerró su bolso, posando su miradafijamente a su hermano—. Todos en la cuadrilla queremos saberlo.
Gonzalo reaccionó riéndose levemente. Sabía de antemano que esa mirada en su hermano indicaba que no se iba a detener.
—Bueno, por cualquier cosa, tú sabes que puedes contar conmigo. —Se acercó a su hermano y lo abrazó—. Tienes que volver bien, ¿ya?
—Sabes que no voy a morir tan fácilmente, hueón.
—Espero. ¿Alcanzaremos a comer antes de que te vayas?
—De más, vamos.
En ese preciso instante, sonó el timbre de la residencia. El reloj aún no marcaba las dos, y los estudiantes secundarios que vivían en la residencia a cargo de Gonzalo no llegarían hasta la tarde. Los hermanos atendieron la puerta, y en ella se encontraron con Diego Novak, quien se había teñido el pelo de color verde oscuro con visos azul claro. Unos metros detrás de él, casi en la reja que daba a la calle, esperaba un joven robusto de pelo corto y una tupida barba negra, que usaba una gruesa chaqueta de cuero. Los hermanos no lo conocían.
—Hola, cabros, ¿cómo están? —Diego saludaba a los hermanos mientras se sentaba en uno de los sofás cercanos a la puerta—. No les quitaré mucho tiempo, voy a hacerla corta.
Los hermanos se miraron extrañados. Diego siembre había sido algo confianzudo, pero ahora era claro que tenía prisa.
—Bien, les cuento: don Héctor me llamó a su oficina para encargarme una misión clasificada.
—¿En serio?
—Sí. A mi cuadrilla le ha ido bien en las últimas misiones y por eso nos asignaron.
Las misiones clasificadas solían ser trabajos que destacaban por ser más peligrosas e importantes que las misiones promedio. Por ello, se requería de la mayor discreción posible, de forma que la menor cantidad de personas, fuesen adeptos o no, se enterasen de ella. Las cuadrillas que se encargaban de aquellas misiones generalmente solo sabían dónde se realizarían, ya que los detalles se entregaban directamente en el sitio, minimizando así el riesgo de filtraciones.
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Eterna, el universo elemental. Primer volumen.
FantasyChile, 2014. Atentados terroristas, desastres naturales, crisis de credibilidad en el Estado y las fuerzas del orden. La nación lleva más de un año siendo azotada por una serie de desgracias provocadas por los adeptos, personas con la capacidad de...