CAPÍTULO 9.

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| Ratón |

ADLER


Era mi día libre.

Abrí los ojos con pereza, la luz se colaba entre las cortinas de tela blanca que acompañaban a la sencilla decoración de la casa. Todavía le quedaba mucho trabajo por delante, llenarla de recuerdos y detalles que la hicieran más acogedora. Me abracé al edredón, remoloneando sobre la cama un rato más. Betty maullaba desde el suelo y se subió de un salto acurrucándose sobre mi cuello. Acaricié su cabecita mientras sus bigotes me hacían cosquillas sobre la mejilla. Poco después de vaguear un rato más, cogí a la gata en brazos para levantarme de la cama.

—Vamos pequeña, hay que desayunar.

Me senté sobre el colchón con mis pies tocando el suelo, mirando hacía el único objeto personal que componía la decoración del dormitorio. Se trataba de un marco de fotos viejo, con una fotografía en su interior.
La de dos niños disfrazados de vaqueros.

Zayra apuntaba con su pistola a la cámara y el ceño fruncido, como si fuera una vaquera letal. Mientras que yo, a su lado, sujetaba mi sombrero sintiéndome todo un forajido del viejo oeste y posábamos para la cámara.

—¡Mira Adler! ¡Traigo pistolas para los dos! —salió corriendo de su casa, cruzando la calle que la separaba de la mía, con las pistolas de juguete en alto. Aquel año decidimos disfrazarnos a juego.

—¡Mamá! ¡Zayra ya ha llegado! —grité desde la entrada.

—Esperad, no corráis. Voy a haceros una foto, estáis ideales —dijo mamá con la cámara digital en las manos. —Posad como vaqueros —. Zayra se metió en el papel a la perfección, tanto que no podía contener la risa. —¡Así perfecto Zayra! Lo estas haciendo genial. Adler, aprende de ella —Mamá la adoraba, era la niña de sus ojos. Supongo que era por eso de ser la única mujer de la casa. Me encantaba que fueran amigas, que Zayra pudiera tener una madre con la que sí contaba. A la que si quería...

Me levanté, entristecido por lo que significaba aquel recuerdo. Pasé mis manos por toda mi cara y me dirigí hacía la cocina a prepararme un café. Con Betty caminando entre mis piernas, mis mañanas eran todas iguales. Puse música para distraer mis pensamientos y desayuné con la melodía de "Iris - The Goo Goo Dolls". La música inundó el apartamento y observe desde la isla de la cocina lo vacía que la sentía.

O quizá era yo quien me sentía solo.

Salí a la calle y el frío de Noviembre me golpeó de lleno en la cara. Las mañanas empezaban a ser cada vez más frías y los días más cortos. Camine con las manos metidas en el bolsillo de mi abrigo y la bufanda atada al cuello. No tenía nada que hacer, así que solo recorrí calles y calles, saboreando la vida de Londres. Un Londres que hacía mucho que no visitaba. Echaba de menos mi hogar. Echaba de menos muchas cosas.

Para cuando me quise dar cuenta, me encontraba delante de la cafetería. Me paré frente al escaparate y observé a la morena sirviendo cafés. Marjorie estaba también, sentada en una de las mesas, con Hope. Todo en Zayra irradiaba familiaridad, pero en cuanto me acercaba ella volvía a levantar esa máscara fría que no permitía que la viera. Sin embargo, cuando yo no estaba alrededor, se la veía relajada.

Entré en la cafetería y la campanilla anunció mi llegada. Zayra levantó la vista del mostrador con una sonrisa que usaba solo para los clientes, y en cuanto sus ojos se posaron sobre los míos, esa sonrisa se desvaneció.

Me acerqué hasta la barra saludando a Marjorie y a la pequeña Hope.

—Buenos días, Adler. Hope saluda a Adler —. La niña estaba sentada sobre el regazo de Marjorie con un libro abierto sobre la mesa.

Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora