CAPÍTULO 26.

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| Un trato con el diablo de melena rubia y botas de cuero |

ADLER

Salí de casa a eso de las cuatro de la mañana. Caminé por las calles de Londres con las manos dentro de los bolsillos y media cara enterrada en el cuello de mi plumífero. Pero ignoré el frío, tenía muy claro hacia dónde me dirigía.

Era jueves noche y no dejé de caminar, a pesar de la lluvia, hasta que estuve delante de una puerta negra con un cartel de luces de neón en lo alto, y en la entrada dos seguratas del tamaño de un gorila.

—Entrada y DNI —dijo uno de ellos sin dirigirme la mirada. Genial, eran unos bordes.

—Veras... —puse mi mejor sonrisa —Es que no quiero entrar a la discoteca, solo necesito hablar con Ava, una chica como de mi altura, delgada, rubia y con cara de borde y camarera ¿La conocéis?

—Todos quieren hablar con ella, genio. Sin entrada no hay rubia.

—Está bien. ¿Cuánto cuesta la entrada? —cedí, sacando la cartera.

—Ya no se venden.

¿Estaban de puta coña?

—¿Me estáis vacilando? —No debí haber dicho eso, porque en ese instante ambos desviaron la mirada hacía mi, y parecían muy enfadados.

—Mira chiquillo, si querías hablar con tu novia habértelo pensado antes. Ahora, lárgate.

—¿QUE? ¿Ava? ¿Mi novia? —hice un gesto repugnante con la cara —Antes me como un huevo podrido —no estaba exagerando. —Esa rubia despiadada es la mejor amiga de mi compañera de piso.

—¿Zayra? —preguntó el de mi izquierda.

—¡Si! Esa misma —chasqueé los dedos.

—¡Haberlo dicho antes, campeón! En esta discoteca todo el mundo la adora. Sabe mantener a los gilipollas a raya —. Muy típico de Zayra...

—Pasa, pasa —dijo el otro grandullón abriéndome la puerta.

Pasé entre los dos armarios empotrados y el de la derecha me dio una palmadita en la espalda tan fuerte que me empujó hacía delante, haciendo que tropezara. Conseguí poner las manos antes de chocar contra la pared. Crucé la segunda puerta de la discoteca y la música que soñaba por los altavoces a todo volumen inundó todos mis sentidos. Podía sentir como la canción que sonaba retumbaba en mi pecho. Aquel lugar estaba abarrotado de universitarios. Las luces se movían en todas las direcciones e iluminaban la pista con tonos violetas, azules y rosas.

Me abrí paso entre la gente, observando todo a mi alrededor. Unos bailaban al ritmo de la música, otros pocos ignoraban la melodía y solo movían sus cuerpos pegados los unos a los otros, algunos saltaban en grupo sin miedo al ridículo y otros se besaban como si no hubiera nadie más en esa discoteca excepto ellos.

Recordé mi beso con Zayra y todavía podía sentir el tacto de sus labios sobre los míos. Podía sentir sus manos enredadas en mi pelo, y sus piernas envolviendo mi cintura. Un escalofrío atravesó mi columna vertebral. Hacía ya unas horas que había pasado y todavía se me aceleraba el corazón solo de pensar en ella.

Ignoré aquel pensamiento en cuanto visualicé una melena rubia al otro lado de la discoteca, sirviendo copas. Me dirigí hacía ella, pero no me veía, sus ojos estaban concentrados en colocar vasos de cristal en línea encima de la barra, ponerles hielo y servirlos con alcohol. Se movía con rapidez y agilidad, moviéndose de un lado a otro buscando botellas, cogiendo el dinero y limpiando el alcohol que derramaban los clientes. Llegué hasta allí y me hice un hueco entre la gente que esperaba sus bebidas.

Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora