CAPÍTULO 25.

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| "Enciéndeme" |

ZAYRA


No pude dormir. El corazón me latía con fuerza y mi respiración era nerviosa. No podía parar de pensar en otra cosa que no fuera el beso. En sus manos. En su cuerpo. Me excitaba solo de recordar como su boca viajaba por mi garganta y besaba ese punto exacto entre mi mandíbula y mi cuello.

Intenté respirar hondo. Tenía que controlar mi cuerpo.

Pero mi mente viaja una y otra vez a ese momento en el sofá. A su mirada hambrienta. A su mano tirando de la mía. A sus labios y su lengua jugando, saboreando. 

Me pasé una mano por la nuca, mientras la otra descansaba sobre mi frente. La bajé hasta el cuello, hasta el pecho, hasta mi estomago, hasta mi vientre... Jugué con la goma del pantalón, dudando. Colé un dedo por la cinturilla, mientras mordía mi labio. Llegué hasta mi ropa interior y suspiré, moviendo todo mi pecho.

La imagen de Adler volvía constantemente a mi y todo mi vello se erizaba. Era imposible que estuviera sintiendo eso. Solo es una absurda atracción sexual. Nada más. El sexo no tenía por que significar nada.

Colé mi mano entre mis labios y me sorprendí de lo excitada que estaba, deslizaba mis dedos en movimientos ascendentes y descendientes, sintiéndolo todo, hasta centrarme en mi punto más sensible. Acariciando mi clítoris en círculos, contraje los músculos de mis piernas y arqueé mi espalda. Jugué con mi cuerpo, acariciando mis pechos, mordiendo mi labio, mientras la otra mano trabajaba sobre mi excitación.

Los labios de Adler se despegaron milímetros de los míos —No... no podemos —dijo con voz grave y la respiración acelerada. Ignoramos cada señal de peligro y continuamos besándonos como si el deseo y la locura, la sed el uno del otro, hubiera invadido nuestro cuerpo.  Sus manos recorrían todo mi torso, acariciando toda mi espalda. Mandando corrientes eléctricas por todos mi sistema nervioso.  

—Zayra... —su voz salió rota y áspera de su garganta, excitándome aun más. El sonido de su voz era embriagador.

—Calla, no- no digas nada —besaba su cuello sin miedo. Enredó sus manos en mi pelo, tirando de él, haciendo que toda mi espalda se curvara y mis caderas se movieran haciendo que la fricción fuera más intensa. 

Empecé a sentir como el calor invadía mi cuerpo, y un cosquilleo viajaba desde la punta de los dedos de mis pies hasta mi vientre. Fue lento e intenso. Me corrí en silencio, intentando no hacer ningún ruido, a pesar de que mi respiración era profunda y agitada. El orgasmo duró varios segundos hasta desaparecer por completo y todos los músculos de mi cuerpo se relajaron al instante.

Mi corazón volvió a latir con fuerza cuando comprendí que me había masturbado pensando en Adler.

Mierda.

Salté de la cama y caminé en silencio hasta la cocina. Saqué el agua fría de la nevera y me serví un vaso mientras, apoyada sobre la encimera, reflexionaba sobre lo que acababa de ocurrir en esa habitación. Dejé el vaso de agua y me dirigí al balcón.

El aire frío me golpeó la cara y alivió el calor. Miré el cielo, estaba despejado y después de varios minutos allí de pie contemplando la noche, me llevé un cigarro a los labios. El humo se mezclaba con el vaho y el frío empezaba a molestarme pero me quedé allí. Quería alargar lo máximo posible aquel momento. Tenía una sensación de vacío en el pecho, pero la presión había desaparecido. Era mi primera noche durmiendo en esta casa y sentía que llevaba toda una vida en ella.

Apagué la colilla en el metal mojado de la barandilla y lo dejé en el cenicero. Me pregunté si Adler lo habría comprado para mi.

Cerré las puertas del balcón y al darme la media vuelta vi el reloj en la pared.

—Feliz cumpleaños para mi... —susurré.



El sonido de la alarma despertó mis sentidos, pero no era capaz de abrir los ojos. Estaba muy a gusto. Remolonee bajo la suavidad de las mantas y el edredón un rato más, hasta que la tercera alarma empezó a sonar. Alargué la mano con rabia hasta dar con el botón que apagara aquel ruido infernal. 

Nunca me había costado salir tanto de la cama, normalmente, apenas pegaba ojo y estaba en pie mucho antes de que el reloj marcara las seis. Abrí las cortinas, dejando que la luz del día entrara iluminando mi nuevo y poco decorado dormitorio. 

Estaba lloviendo, para sorpresa de nadie. 

Me puse unos calcetines gorditos y me pasé una sudadera por la cabeza mientras bostezaba. Froté mis ojos, estiré mis brazos y caminé hasta la puerta. Puse la mano sobre la manilla, pero me quedé paralizada. Los recuerdos empezaron a llegar como puñetazos, uno detrás de otro.

Adler.

Beso.

Adler.

Gemidos.

Adler.

Un orgasmo.

«Cálmate, Zayra. No ha pasado nada. Todo está bien, solo fue un beso tonto» Me dije a mi misma. «Para nada estuviste a punto de tirártelo».

Abrí la puerta despacio, y en ese instante Betty se coló por la ranura, enredándose en mis piernas.

—Buenos días, bolita de pelo —susurré acariciando al animal. La cogí en brazos y se acurrucó sobre mi pecho ronroneando. Se había ganado completamente mi corazón.

Me preparaba mentalmente para enfrentarme a la situación con Adler mientras recorría el pasillo, pasando por delante de su dormitorio que tenía la puerta abierta. Observé la estancia por encima, pero parecía que ya se había levantado y hecho la cama... Y no había ni un solo ruido en la casa, excepto por el ruido de la lluvia repiqueteando sobre las ventanas. Fui directamente al salón y no había ni rastro de mi compañero por ninguna parte. 

Este cabrón me estaba evitando.

—¡Ja! No me lo puedo creer Betty. Me besa y ahora me evita... —dije indignada. 

Algo en la cocina captó mi atención. Me acerqué hasta la encimera de la isla que dividía la casa y encima de ella había un pequeño cup cake de chocolate negro con pepitas de chocolate aun más negro. Mi favorito. En el medio del bizcocho, había una vela de color azul.

Un post-it  amarillo pegado sobre el mármol decía: "Enciéndeme"

Una estúpida sonrisa se dibujó en mis labios y la borré enseguida. Pero mientras buscaba el mechero en mi bolso, no pude evitar que mis labios se volvieran a curvar hacia arriba. Se había acordado, siempre lo hacía. A pesar de saber que odiaba mi cumpleaños, le daba igual. 

Encendí la vela y cerré los ojos. Adler siempre me obligó a pedir un deseo y siempre se enfadaba conmigo cuando se lo contaba nada más soplar la vela. Decía que los deseos que se dicen en voz alta, nunca se cumplen. Pero a mi se me cumplían cada año. Porque mi deseo siempre era que nunca dejáramos de ser amigos. Y su respuesta siempre fue la misma:

—Seguirás siendo mi mejor amiga, incluso cuando ni siquiera quieras serlo mas. 

Cerré mis párpados con fuerza, encerrando las lágrimas que amenazaban con brotar de ellos. Pensé en un deseo. El primero en cinco años.

—Deseo... Deseo que deje de doler —susurré con la voz rota. Abrí los ojos, limpiando con el dorso de la mano una lágrima traicionera que se deslizaba por mi mejilla. Miré detenidamente el fuego que iba consumiendo la vela, y después soplé. 

Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora