| Un chico con tormentas en los ojos |ZAYRA
Salí del almacén con el uniforme de trabajo mientras me recogía el pelo en una coleta alta. Algunos clientes se habían marchado ya, así que pensé en recoger alguna de las mesas que se habían librado. Me dirigí hacia la barra para coger una bayeta con la que limpiar, cuando escuché, sin querer, la conversación entre Adler y Marjorie. Bueno... Está bien, cotillee un poquito, pero estaban hablando de mí así que no cometí ningún delito contra la privacidad de nadie.
—Creo que aunque se niegue a admitirlo, le hace feliz trabajar contigo. Sea lo que sea que estés haciendo, no dejes de hacerlo. Tiene una nueva luz en la cara —fue lo primero que escuché. Sus palabras me retorcieron el estómago.
—En realidad, Zayra está llena de luz —la voz de Adler era suave. —Es cómo una estrella dormida, descansando para luego brillar más que nunca.
No sé cómo ni porqué, pero todo mi mundo se paró en ese instante. Me dolía la garganta, me ardían los ojos y me costaba respirar. Limpié la lágrima que caía desde la comisura de mi ojo hasta los labios. Tenía que moverme, salir de allí. Necesitaba aire. Así que me apresuré hacía la salida de atrás, en el almacén. Cuando de pronto me di de bruces contra otro cuerpo. Y al mirar hacía arriba mis ojos conectaron al instante con los suyos, como si me llamaran, como si fueran lo único que me mantenían de pie, como si supieran lo que callaban los míos.
Adler me sujetó por las muñecas evitando que me cayera al suelo y durante varios segundos olvidé donde estaba y mis ojos, traidores, se llenaron de lágrimas. Me zafé de su agarre y corrí hacía la salida.
—Zayra —me llamó Adler alzando la voz, mientras lo dejaba atrás. Busqué desesperadamente el paquete de tabaco en mi bolso, pero me temblaban las manos.
—¡Mierda! —Musité frotándome la frente. Seguí rebuscando entre los objetos cuando una mano sujetó la mía, ayudándome a controlar el temblor.
—Ey... —Su voz suave llegó a mis oídos. —Déjame ayudarte, Zayra.
—No. No..., déjame —me faltaba el aire.
—Me da igual lo que me digas. Mírame —ordenó. Ignoré sus demandas, solté mi mano y seguí buscando en el maldito bolso. —Zayra, mírame.
Sujetó mi barbilla y giró mi cara enfrentándome una vez más a ese par de ojos azules. Su mirada viajó por todo mi rostro, con el ceño fruncido, nervioso, buscando alguna pista de lo que fuera que estuviese mal. Sus ojos eran como tormentas que amenazaban con inundar cada uno de los rincones de mi cuerpo. Cada vez que me miraba de aquella forma, cómo si estuviera escrita en un idioma que solo él era capaz de entender, algo dentro de mi se encendía. Y era confuso. Terriblemente confuso, porque a su vez una sensación de pánico se apoderaba de todos mis sentidos. No puedo permitir más personas en mi vida. No puedo permitirme más pérdidas... No una segunda vez. Me sentía incapaz de admitir que tenía tanto miedo de dejarle entrar, porque me daba aun más miedo perderlo otra vez.
Soltó un bufido y sin previo aviso, estampo sus labios contra los míos. Mandando corrientes eléctricas a cada terminación nerviosa. Cerré mis ojos, saboreando cada sensación, mis piernas se relajaron y dejé caer los hombros. Con su mano en mi nuca y la otra sujetando mi cara, arqueé mi espalda, buscando el contacto de su cuerpo. El beso solo duró unos segundos, pero fueron suficientes para recuperar el ritmo en mi respiración y hacer que el temblor en mis manos cesara. Solté todo el aire que quedaba en mis pulmones por la nariz, aliviando cada músculo de mi cuerpo.
Muy despacio, separó sus labios, quedándose a escasos centímetros de los míos, apoyando su frente contra la mía. —Lo siento... —susurró con la voz áspera —no, no sabía cómo hacer que pararas de temblar.
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Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu mirada
RomanceZayra Morgan tiene 24 años y su corazón es inquebrantable. Adler Devon tiene 26 años y creía que era incapaz de encontrar el suyo. Dos desconocidos no tan desconocidos dispuestos a odiarse. Dos almas perdidas. Dos corazones que sanar. Silencios y...