CAPÍTULO 13.

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TW: Ataque de pánico y autolesión. Leed con responsabilidad.


| Por favor, ahora no |

ZAYRA

Adler salió del local sin dirigirme la palabra. Siempre se despedía. Siempre.

Cerré la puerta con llave y me dirigí al almacén para cambiarme. Colgué el delantal, me puse la chaqueta y salí al callejón. Como siempre, rebusque en mi bolso y saque la caja de tabaco. Puse un cigarro entre mis labios y lo prendí.

Dejé que el humo inundara mis pulmones. Me temblaban las manos. De hecho llevaban temblando toda la tarde. Adler lo había notado. Lo había notado e intentó ayudarme.

Y no rechacé su ayuda. Me había dejado tocar por él. Había apoyado mi cuerpo sobre el suyo. Había cerrado los ojos y había permitido que su voz, cálida y grave, me guiara.

Y no me había molestado.

Sin embargo, el temblor no cesaba. Tiré la colilla al suelo y entré corriendo al baño. Me mojé la nuca, los brazos y la frente.

—Ahora no. Ahora no. Ahora no. Ahora no. Ahora no. Ahora no. Ahora no —pero no paraba. La sensación de asfixia se intensificaba a cada segundo. —¡Joder!

Salí del baño, apoyando mis manos en las paredes del pasillo, hasta llegar a la cocina. La cabeza empezó a darme vueltas, mi respiración se aceleraba en busca de oxígeno y no conseguía relajar mi cuerpo, no conseguía que parara.

—¡¡Mamá!! ¿Dónde estás? —repetía sin parar recorriendo todas las habitaciones de la casa, con la tormenta ahogando mis gritos.

—Mamá... No nos dejes... —sollozaba abrazando mis rodillas cuando descubrí que mi madre no iba a volver.

Apoyé la espalda contra la encimera, tirándome al suelo, sujetando mi cabeza, enredando los dedos en mi pelo. Las lágrimas empezaron a empapar mi rostro. Ni siquiera me percaté de la humedad hasta que enterré la cara entre las manos. Empecé a perder el sentido de la orientación, mi vista se nublo y un terror se apoderó de todo mi cuerpo. No podía respirar, el aire no llegaba a mis pulmones.

Un sonido amortiguado llegó a mis oídos, opacado por los latidos de mi corazón. Alguien estaba llamando a la puerta. No podía moverme, no podía pensar, no podía respirar, no podía hacer nada. Solo quería que parara. Que mi cerebro se callara. Que los recuerdos dejaran de atormentarme.

—¡¡Mamá!! ¿Dónde estás? —repetía sin parar recorriendo todas las habitaciones de la casa, con la tormenta ahogando mis gritos.

—Mamá... No nos dejes... —sollozaba abrazando mis rodillas cuando descubrí que mi madre no iba a volver.

Recordaba constantemente. En bucle, el mismo recuerdo, la misma sensación. El miedo. La soledad. El abandono.

Apreté los puños, hincando las uñas sobre la piel con toda la fuerza que podía ejercer. El dolor... no era suficiente. Siempre lo era. No está vez.

Volví a escuchar un ruido en el local. Pero no podía prestar atención.

—¡Zayra llevo esperando un rato ahí afuera! Está diluviando, he vuelto a por un paraguas ¿Dónde estás? ¿Zayra?

Adler.

Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora