| El beso |ZAYRA
Sus labios...
Sus labios sabían a menta, a menta y tabaco. Y sus manos, eran fuertes, me agarraban con fuerza. Como si yo fuera lo único a lo que pudieran aferrarse para salvarse.
Como una tabla en medio del océano.
Empezó siendo un beso dulce, delicado. Nuestros labios tímidos antes el contacto del otro. Casi inmóviles. Su pecho subía y bajaba con fuerza, y el aire que salía de su nariz impactaba contra mis mejillas. Los latidos de mi corazón resonaban por todo mi cuerpo, aturdiendo todos mis sentidos, excepto el tacto, porque lo único que era capaz de sentir, eran sus labios sobre los míos; y una corriente de electricidad atravesó mi columna vertebral. Se me erizó el vello, y el cosquilleo llegó hasta la punta de mi lengua, que se abría paso por los rincones desconocidos de su boca. Invitándome a entrar, y cuando su lengua rozó la mía, todo el control, la tranquilidad y la paciencia se disiparon en un remolino de ganas. Ganas de arrancarle la ropa, de conocer cada pedacito de su piel, de tocarlo, morderlo, besarlo...
No dejar de besarlo nunca.
—Zayra... No sabes las ganas que tenía de hacer esto —dijo el.
—Pues no pares, no pares nunca.
Sus labios volvieron a impactar sobre mi boca con fuerza, sus manos se colaban entre los mechones de mi pelo, enredando sus dedos en él. Acercándome mas y mas a su cuerpo, hasta quedar completamente pegados.
El primer gemido escapó de mis labios. Y...
Espera, esto no es real.
Una luz blanquecina me hizo abrir los ojos, los rayos de un sol cubierto por la nubes entraba de lleno por la ventana de mi habitación. Me incorporé de golpe sobre la cama, con la respiración acelerada, y la camiseta de mi pijama empapada en sudor.
—¡Joder! —exclamé, mirando a toda prisa a la cama de mi izquierda para descubrir que Hope no estaba en ella. Miré el reloj encima de la mesita de noche. Las diez.
—Mierda, mierda, mierda —murmuré, levantándome de la cama a la velocidad de la luz. Me había dormido. Y para colmo, era la tercera vez que tenía esa puta mierda de sueño. Un sueño que llevaba persiguiendome desde la noche en la que me crucé con Adler por las putas calles de Londres y quiso acompañarnos, a Nugget y a mi, hasta casa.
Me metí en la ducha con más intención de deshacerme de esos pensamientos que del sudor. Froté mi cuerpo con más fuerza de la habitual.
Salí de casa corriendo y el bolso colgando del brazo mientras intentaba hacerme una coleta. Me olvidé del ascensor y opté por bajar las escaleras. Jamás en cinco años había llegado tarde a trabajar.
No vivíamos lejos de la cafetería, pero eché a correr de todos modos. Esquivando a todo ser humano o perro que se cruzara en mi camino. Llegué al establecimiento con los pulmones colapsados y una gotita de sudor recorriendo mi frente. Joder estaba en pesíma forma.
Entré por la puerta jadeando y sin desviar mi vista hacía el mostrador, caminé hacía el almacén. No tenía ni las ganas ni la energía de enfrentarme al caraculo de Adler. No cuando el sueño seguía tan presente en mi memoria que todavía podía sentir el tacto de sus labios sobre los míos.
Tenía un problema, uno de los gordos.
—Alguien ha tenido una noche movidita —escuché que canturreaba el estupido de mi compañero, desde la cocina. Salí del almacén envolviendo mi cintura con el delantal y con una respiración más relajada. Aunque los latidos de mi corazón decidieron hacer lo contrario a relajarse cuando por fin me atreví a mirar a Adler a los ojos.
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Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu mirada
RomansaZayra Morgan tiene 24 años y su corazón es inquebrantable. Adler Devon tiene 26 años y creía que era incapaz de encontrar el suyo. Dos desconocidos no tan desconocidos dispuestos a odiarse. Dos almas perdidas. Dos corazones que sanar. Silencios y...