| Un café, un gilipollas y un turno compartido |
ZAYRA
5 años más tarde
A Hope le encantaban los libros, supongo que es algo que heredó de su padre. A diferencia de mi, que nunca entendí que veía en aquellas páginas desgastadas y llenas de polvo que tanto disfrutaba leer. Siempre fui muy activa, necesitaba estar en constante movimiento, no podía permanecer quieta más de diez minutos, por eso desde muy pequeña empecé a nadar. Adoraba estar metida en el agua, sentir cómo me rodeaba entera cuando me sumergía bajo la superficie y buceaba y buceaba, sin parar. Nadaba a diario, era mi vía de escape. Hasta que tuve que abandonarlo.
—Son quince con cincuenta libras —dijo el dependiente de la librería. Busqué la cartera entre el cúmulo de objetos que se encontraban en mi bolso. Saqué la tarjeta y la posé sobre el datáfono.
—Muchas gracias, que tenga buen día. Adiós —me despedí tras meter en mi bolso el nuevo libro que le iba a regalar a Hope por su cumpleaños. Cumplía 5 años. Era un libro infantil, estaba aprendiendo a leer pero ella disfrutaba juntando unas palabras con otras intentando adivinar los nombres de los distintos animalitos.
Por primera vez en toda la semana, no llovía. Parecía que el tiempo por fin nos daba un respiro, que el día nos sonreía un poco. Así que me puse mis auriculares, lo conecte a mi teléfono móvil y abrí mi playlist de Spotify. Me disponía a salir de aquella pequeña tienda de libros cuando, de pronto note un impacto contra mi hombro y segundos después un liquido caliente ardía en mis manos.
—¡Joder! ¡Mira por donde vas! —le grité a la persona que había chocado conmigo. Acto seguido mire hacía abajo y descubrí todo mi abrigo negro empapado en café hirviendo.
—Lo siento, has sido tú quién ha salido sin mirar —escuche una voz grave y acusatoria por parte de aquel chico. —¿Siempre eres tan amable? —añadió sarcástico. Lo miré furiosa. Me había tirado por encima todo su café recién salido del mismísimo infierno y todavía se atrevía a vacilar.
—Sobre todo cuando me derraman el café —. El desconocido que hasta ahora había mantenido la cabeza agachada buscando algo con lo que ayudarme a secar mi abrigo, levantó su vista por fin.
—No puede ser —el gesto de sorpresa se apoderó de su rostro.
Empecé a caminar en ese instante, en dirección a la cafetería donde mi turno empezaba dentro de cinco minutos. —Lo siento, tengo prisa.
—¡Espera! ¡Por favor, espera! —. Note como aceleraba el paso detrás de mí. No contesté, simplemente caminé a paso ligero, casi corriendo. Doble la esquina y de lejos vi la cafetería, entré a toda prisa mientras dejaba atrás el frío de octubre que acechaba las calles aquel otoño.
—¡Buenos días, Robert! Me cambio y preparo la cafetera —saludé nada más crucé la puerta y aviste a mi jefe detrás de la barra secando las tazas. Robert era el dueño de la cafetería junto a su mujer Marjorie. Un matrimonio de dos ancianos encantadores a los que le debía mi vida entera.
—Buenos días, Pequeña. Antes de que entres a cambiarte, tengo que darte una noticia —dijo desde su posición mientras me acercaba a la puerta del almacén. —Hemos contratado a un viejo amigo de la familia que acaba de volver a Londres, para que te ayude en la cafetería.
En ese preciso momento, la campanilla de la puerta sonó anunciando la llegada de, para mi desgracia, el desconocido que creí haber dejado atrás.
—¡Mira por donde, hijo! Justo estaba hablando de ti.
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Quiéreme en silencio y dime lo que calla tu mirada
RomansaZayra Morgan tiene 24 años y su corazón es inquebrantable. Adler Devon tiene 26 años y creía que era incapaz de encontrar el suyo. Dos desconocidos no tan desconocidos dispuestos a odiarse. Dos almas perdidas. Dos corazones que sanar. Silencios y...