Cobarde

44 14 7
                                    

Dámaso se postró a mis pies, retorciéndose como un gusano indefenso. Lloraba desconsolado ante mi propuesta pero no se atrevía a contestarme. Después de todo, él no mentía. Era un cobarde.

-¿Quieres ayuda con eso? -volví a preguntar a lo que mis serpientes sisearon embravecidas.

Silencio de nuevo. Solo oía sus lloriqueos propinados contra el suelo de piedra de la cueva. No deseaba morir así. O quizá le daba miedo admitirlo.
Yo lo comprendía. ¿Quién quiere morir así si no es por su mano propia? Quizá le daba vergüenza que debía darle el trabajo sucio a una diosa o quien sabe. No soy un ente poderoso para buscar entre las entrañas de su nublaba mente.

-Yo quiero dejar de oír este maldito ruido en mi cabeza -mencionó él con la boca pegada al suelo, tocando el moho con los labios.

Resultaba gracioso debido a que a mí me habían condenado a vivir con el ruido infernal de aquellos reptiles en mi cabeza que no paraban de sisear y él se quejaba de ruido en su cabeza.
Pero, ¿y si era otra clase de ruido? Uno intangible que impide actuar y pensar.
Sí, yo también lo he sentido antes. Y es mucho peor que el siseo de mi cabello de serpientes.

Aquel que tuve las primeras noches sin lunas luego de haberme desterrado a esta oscura cueva marina.

5. Los ojos de la muerte [BG #5] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora