30. LA RAPUNZEL QUE SE INTERNÓ EN EL HOSPITAL.

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—De nuevo tuviste un ataque.

Estaba odiando ya esas palabras. No podía entender la sencillez, con las que salían de su boca, si el impacto que ocasionaban en mi cabeza era terrible.

—¡Ya déjame morir entonces! —exclamé.

Mi cansancio era terrible, tanto mental como físico; mi cuerpo dolía horrores; y las ganas de morirme ahora estaban más presentes debido a mi irritabilidad.

Desde ayer, no podía pensar en nada. Mi cabeza era todo un cúmulo de neblina negra que no me dejaba ver las cosas con claridad, y que solamente estaba haciendo que me sintiera pesada, como si llevara una enorme roca sobre mis hombros.

Mi habitación quedó hundida en un silencio abrumador. Mis hermanos se miraron entre ellos y mis padres entraban en silencio. Un nudo enorme se colocó en mi garganta y lo único que pude hacer fue comenzar a llorar en silencio, a estas alturas, ya estaba importando poco todo. Ni siquiera la promesa a la abuela tenía el suficiente peso como para hacerle caso.

—Cállate —ordenó mi madre con su voz distorsionada, pero lo necesariamente fuerte como para ponerme nerviosa—. ¿Qué procede ahora, Yeji?

—La llevaré al hospital, mamá —respondió, tomando su teléfono—. Llamaré a la ambulancia, _____ sigue delicada y no puedo arriesgarla más.

Mamá dio un asentido. Yeji salió de la habitación con el teléfono en su oreja y seguidamente, Hyunjin se fue, avisando que se prepararía para ir a clases.

El silencio volvió de nuevo, pero ahora sentía miedo. Los ojos de mi madre y de mi padre eran pesados en mi persona. Ambos me miraban con tensión en sus pupilas, sin pizca de piedad.

—Fuiste a la que más cuidé cuando estaba embarazada, todos los médicos siempre me dijeron que habían riesgos contigo porque eras muy hiperactiva y cabía la enorme posibilidad de que en algún momento te fueras a enredar con el cordón umbilical... —contó mi madre, acercándose a paso lento con mi padre detrás suyo—... Durante todos esos meses me golpeaste, me lastimaste, te volvías loca cada que tu padre te llamaba, e incluso estuve a punto de perderte porque me pateaste la costilla y caí de las escaleras por el dolor... ¿¡Ahora crees que tienes completo derecho de darte por vencida y decir que te dejen morir, ah!?

El grito de mamá me golpeó con rudeza. Anteriormente ya me había gritado por las travesuras que solía hacer con mis hermanos, pero esta vez se sintió diferente, y no de la mejor manera. Esta vez se sentío doloroso, deprimente y cruel.

Mi padre tomó la cintura de mamá, tratando de detenerla. El dolor en mi pecho se hizo más fuerte cuando los bellos ojos de la señora Hwang se enrojecieron con las lágrimas que se negaban a salir.

—Escúchame bien, Hwang _____, te quemaré la boca y te cortaré la lengua si vuelvo a escucharte decir esas palabras —sentenció—. Me decepciona que tomes esa postura —masculló.

Sin permitirme siquiera pensar en alguna respuesta, mamá salió en compañía de papá. Tenía un revoltijo de emociones en el estómago, todos llevándome a una ira indescriptible. No podía dejar en claro que era exactamente esto que me estaba quemando.

Está siendo completamente fastidioso.

—Escuché los gritos hasta mi habitación, ¿Estás bien?

—¡No, Hyunjin! Ya nada va a estar jodidamente bien, estoy harta de todo, me siento agotada, pero claramente ninguno de ustedes me va a entender, porque ninguno está viviendo lo mismo que yo.

Mi pecho se oprimió. De nuevo mi nariz estaba tapándose y el dolor se hacía presente en el tronco de mi cuerpo.

Vi a mi hermano acercándose con una libreta en mano. Pasó uno de sus brazos por detrás de mi cuello y con la otra, se encargó de abanicar mi rostro.

MANNEQUIN || LEE FELIXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora