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PASILLOS DEL CASTILLO

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PASILLOS DEL CASTILLO

Un viejo guardia recorre solo el pasillo que da al calabozo.

Se oye abrirse una puerta; el guardia se gira bruscamente, iluminando la entrada del calabozo con la farola. No hay nadie. Pero la puerta está entreabierta.

El hombre se lleva tembloroso la mano a la empuñadura de la espada que carga en el cinturón.

Una sombra se mueve detrás de él, oculta en la oscuridad del pasillo.

El guardia voltea, recibiendo un golpe en la frente que lo deja inconsciente en el piso.

La sombra es DARÍA MALAVENTURA. Lo mira un instante y luego suelta junto al cuerpo la piedra con que le ha asestado el golpe.

Ahora arrastra al guardia hasta una habitación vacía.







Ahora arrastra al guardia hasta una habitación vacía

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SALÓN

El lugar está oscuro y unas pocas farolas apenas alumbran las paredes.

JORGE DAVID atraviesa el salón con calma. Sus pasos resuenan en medio del silencio; no hay ni un solo guardia vigilando.

Un guardia de baja estatura aparece desde el otro extremo del salón. Su rostro se esconde bajo una capucha.

JORGE DAVID — ¡Eh! ¿Qué pasa? ¿Todos los demás están durmiendo o qué?

El guardia acelera la marcha y empieza a correr hacia JORGE.

JORGE DAVID — Eeeh... ¡No estoy haciendo nada malo! ¡No estoy haciendo...! ¡COÑO!

Se arroja sobre él, derribándolo y manteniéndole contra el suelo.

JORGE DAVID — ¡Amigo, ¿cuál es tu problema?!

Acerca su cara a la de JORGE, dejándole ver que es una mujer.

JORGE DAVID — (Nervioso). No he visto nada, ¿de acuerdo? ¿Qué tal si... me dejas ir... y yo me voy a tomar por culo y tú sigues con lo tuyo, eh? Por favor...

DARÍA — ...Nah... Ahora me vas a servir para salir de aquí disimuladamente... Soy un guardia... y te escolto a casa... ¿vale? Eso es lo que estará pasando...

JORGE DAVID — Vale, vale... Solo... quita tu rodilla de mi muslo, por favor... Me estás dislocando la pierna...







 Me estás dislocando la pierna

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ENTRADA AL CASTILLO

JORGE y DARÍA se encaminan al puente levadizo. La mujer no le quita la mano de la espalda.

JORGE DAVID — ...Y... ¿qué haciendo por aquí?

DARÍA — Pues nada... Ser la prisionera de estos tragavirotes...

JORGE DAVID — Seguro que algo habrás hecho...

DARÍA — Sí, pero eso no es de tu incumbencia...

JORGE DAVID — ...¿De dónde dices que eres?

DARÍA — ¿No te estás pasando un poco de confianzudo? ¿O es que no te das cuenta de que eres mi rehén, no mi compadre?

JORGE DAVID — ...Pues... partiendo de que no traes ningún tipo de arma con la cual amenazarme...

DARÍA — Mis manos son mis armas.

JORGE DAVID — ¿Ah sí? ¿Y para qué otras cosas son buenas tus manos, eh?

DARÍA — (Empujándolo toscamente). Pa' romperte tos' los dientes, si no cierras el hocico...

Jorge JugleteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora