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PRADERA

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PRADERA

El canto de los gallos anuncia el nuevo día.

DARÍA y sus nuevos compañeros atraviesan a pie las praderas fuera de la ciudad.

DARÍA — ...Vamos de nuevo... ¿Cuál dicen que era el nombre de su tribu?

HOMBRE — Misikku.

RIVA — Por eso los hispanos nos llaman "los felinos".

DARÍA — ...Tiene sentido... ¿Habían más tribus por estas tierras, aparte de la suya?

RAJÍK — Por supuesto que habían. Los Diggøs...

MUJER 2 — Rajík... No nombres a esos desgraciados...

RAJÍK — Źëłňþõ...

DARÍA — ¿Qué significa? Lo que acaba de decir...

HOMBRE — Cuando injuriamos a nuestros ancestros, con acciones o palabras que traen desgracia a nuestra gente, rogamos por su perdón con esa palabra...

RIVA — Como el cristiano que confiesa sus pecados y se arrepiente de ellos...

RAJÍK se adelanta y corre hacia una pequeña laguna, ahinojándose al borde del agua.

Su madre se acerca y se arrodilla a su lado, lavándose los brazos mientras la joven se limpia el rostro.

El resto se sienta sobre el pasto, a unos metros de ellas.

DARÍA — ...Creía que eran de esos bandidos... que asaltan ancianas y atracan comerciantes... Que viven de sus crímenes...

RIVA — ...Pues... sobrevivimos de lo que robamos en la ciudad... y nos divertimos, eso también es cierto... Pero lo hacemos porque los hispanos nos arrebataron nuestra antigua vida... Nuestras tierras... nuestras gentes... nuestras costumbres... ¡Todo! Tenemos que vivir al margen del mundo que construyeron a costas del nuestro.

DARÍA baja su mirada, asintiendo.

HOMBRE — (Silencio). Todos necesitamos reconectar con nuestros orígenes, en algún punto... Eso es lo que hacemos aquí...








ALREDEDORES DEL EMBARCADERO

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ALREDEDORES DEL EMBARCADERO

EMMETT toma un trozo de pan de la mesa, se carga con una cesta de vestidos remendados y sale de la casa.

El viento costero le sacude la falda y los mechones rubios sobre su frente. Su pecho toma aire al internarse en las calles sinuosas de la costa; ha sido una larga caminata.

Coloca la cesta en el umbral de la primera puerta; entrega dos vestidos a una joven.

Tres casas más adelante devuelve una capa y un vestido de luto a una viuda.

Así continúa hasta llegar a la última calle.

Es la entrega final: tres diminutos vestidos a una madre de trillizas.

El camino central de la zona desemboca frente al embarcadero. EMMETT sosiega su paso al acercarse; un barco, que extrañamente le resulta familiar, descarga sus pasajeros ante ella.

Una persona entre la pequeña multitud le llama particularmente la atención; una mujer algo mayor, con un refinado vestido de sedas doradas y rojas.

EMMETT — MERDA!

Sin reparar en la cesta que resbala de su mano, la joven corre cual alma que lleva el diablo sobre sus propios pasos, recuperándose como puede de las repetidas trastabilladas que sufre por la prisa.

Atraviesa en pocos segundos tres cuadras enteras hasta hallar refugio en un estrecho callejón, donde aprovecha para recuperar el aliento.

EMMETT — (Terriblemente agitada). Me lleva la... Di tutti i posti...

Mientras serena la respiración, se fija en el muro ante ella; unas cuantas grietas dibujan un camino desde la mitad de la pared hasta el techo.

EMMETT se para con firmeza, da un gran salto y se aferra a las grietas; consigue trepar por ellas hasta el tejado y desaparece de la escena.





Jorge JugleteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora