Capítulo 17.

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El baño de Dante era embriagador, la ducha tenía la temperatura perfecta y agradecía cada gota de agua tibia, la verdad es que después de tanto correr y dejar el sudor secarse en mi piel estaba helada. Me había prestado una sudadera que me quedaba enorme y la parte de debajo de un pijama que para mi favor se amarraba con una cuerda y pude ajustarlo de cintura pero los pies seguían arrastrándome.

–Te lavaste el cabello – me dijo Dante cuando salí al salón.

–Oh si, espero no te moleste – estaba acostado en el sofá con los pies levantados y estaba revisando algo en su ordenador.

–Para nada – se quitó las gafas – se te ve sexy, voy a buscarte una secadora, no quiero que te resfríes.

–Que buen anfitrión eres.

–El mejor, ¿has visto lo bien que te queda mi sudadera? – me puso la capucha que me cubrió hasta los ojos.

–Me encanta, me la voy a llevar – le dije con sarcasmo.

–Deberías... así tengo una excusa para ir a tu casa – escucharlo decir eso alertaba todos mis sentidos, tenía una facilidad impresionante para seducirme.

Entró a lo que parecía ser su habitación y estaba buscando algo en el closet. Todo estaba sorprendentemente organizado, la cama perfectamente hecha y las sábanas azules combinaban con toda la decoración blanca de las paredes. Había un montón de libros en la mesita de al lado de la cama.

– ¡Vaya, eres uno de esos! – le dije mientras no pude evitar tirarme a la cama.

– ¿De quién?

–Ya sabes, de esos obsesionados con la organización y la pulcritud – le arrojé una almohada para llamar su atención.

–No, pero me estás poniendo de los nervios – dijo mirándome.

–Porque estoy haciendo ¿esto? – moví las piernas y los brazos como si estuviera haciendo un ángel de nieve, desordenando su perfecta cama.

–No.

– ¿Y si hago esto otro? – me cubrí con lo que había desordenado.

Dante ya no estaba parado en el closet, ahora estaba sentado a los pies de la cama.

–Me pone nervioso – suspiró – que de todas las formas que imaginé llevarte a la cama, nunca imaginé esta.

Ahora la nerviosa era yo, dejé de reírme y salí despacio de la madriguera que había construido con sábanas, mantas y almohadas, me puse de rodillas frente a él.

–Y qué imaginabas hacerme... en tu cama – no pude evitarlo, todo lo de Dante me excitaba, era como una atraer fuego con fuego.

– ¿Lauren, estás segura de esto? – me preguntaba, pero sus ojos me gritaban lujuria.

Comencé quitándome la sudadera.

–Dante, te quiero a ti – le dije mientras lo atraía a mí.

Puso sus rodillas entre mis piernas, mientras se apoyaba con una mano puso la otra en mi nuca y me recostó a la cama, quedó completamente encima de mí y sin dejar de mirarme recorrió con sus labios besándome la frente, la nariz, los labios, el cuello, los pechos, el abdomen; cuando lo vi bajar un poco más dejé escapar un gemido.

–Nena, yo quiero cada parte de ti, si vuelves a gemir así vas a terminar poniéndome a tus pies.

Amé que me dijera esas palabras, me sentí deseada, poderosa, con una influencia sana, una que me gustaba ejercer sobre él.

Y tenía razón con lo que dijo, con cada caricia y cada beso, con la delicadeza con la que se desvistió y con la que me quitó el pijama, la única prenda que me quedaba, no podía hacer más que querer más de él.

Sus labios entre mis piernas, gentiles y hambrientos me hacían retorcerme y demandarle más.

No hubo parte de su cuerpo que mis manos no recorrieran, adoraba cada centímetro de su espalda coloreada con lunares. Me hizo suplicarle, demandarle para sentirlo dentro de mí, él disfrutaba verme así, ansiosa y reclamante, pero no fue hasta que saboreó todo mi cuerpo que me embistió, cada movimiento suyo era respondido por mí con perfecta simetría y ritmo. No sé qué tiempo pasó entre todas las cosas que hicimos, pero tampoco recuerdo el momento justo en que nos quedamos dormidos.

Desperté con la luz que entraba por la ventana, Dante estaba mi lado, dormido, los cabellos dorados estaban desordenados en la almohada. Estaba acostado boca abajo, con una mano aferrándose a mí. Me gustó esa sensación de tenerlo tan cerca y sentir su respiración, me sentía en paz. Ahora viéndolo bien, con cada uno de los músculos de su cuerpo relajados, ya no me parecía el chico arrogante e insufrible, verlo ahí, a mi lado me hacía quererlo, no cabía duda me estaba enamorando de Dante.

– ¡Buenos días! – le di un beso en la mejilla.

No abrió los ojos, solo me atrajo más hacia él.

–Un poco más – sonaba a ruego – quédate un poco más, así, a mi lado.

Unos perfectos quince minutos acurrucados, sintiendo cada parte de contacto entre mi piel y la de él. Luego me dio un beso lento y dulce.

–Sabes que hoy tenemos que ir a trabajar, ¿eh?

–Mierda – recordé que era cierto, lo había olvidado por completo.

–Esa boca sucia tuya – me dijo mientras sonreía.

–Ayer no te quejaste de eso.

–No dije que no me gustara – mientras hablaba se puso a horcajadas sobre mí, lo sentí, quería más.

–Dante... –traté de escapar de él.

–No te preocupes, no nos voy a retrasar.

Solo me miró, con esos ojos de esmeralda que tenían embobada.

–Tenerte, aquí, Lauren – se señaló el pecho – es una sensación que tenía desde hace tiempo, pero, ahora poder tocarte – me acarició el cuello – no tienes idea de lo que provocas en mí.

Me incorporé hasta quedar los dos sentados de frente.

–Tú estás comenzando a entrar aquí – me toqué donde estaba mi corazón – y lo estás ordenando todo, gracias.

Sonrió.

–"Gracias", creo que ya te he enseñado otras formas de agradecer.

–Eres un pervertido.

Los dos, entre risas nos vestimos, mis leggins ya estaban secos y limpios pero no pude decir lo mismo de mi sudadera, así que tuve que volver a ponerme la de Dante, pero no me desagradaba para nada la idea, tener su olor tan cerca de mí me encantaba.

Desayunamos juntos, Dante se dio un baño y él iría directo a la empresa, pero antes me dejaría en casa. Ya había llamado a Diana y le había comentado que me retrasaría un poco, me cubriría no sin antes hacerme prometerle que le daría detalles, esta chica no estaba muy bien de la cabeza.

– ¿Estás lista? – dijo poniéndome la mano detrás del hombro.

Yo estaba entretenida mirando desde la terraza. Asentí. La casa de Dante no estaba lejos de mi casa, llegamos en unos diez minutos en el coche.

–Si no te molesta – me dijo antes de que bajara –me gustaría esperarte para llevarte.

Me quedé pensándolo por unos segundos.

–Bajo en un momento.

Dante me sonrió aliviado.

Quiero que te quedesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora