Capítulo XVII

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Aún podía sentir el roce de sus manos sobre las mías; recordaba el sabor de sus dulces besos; sentía su aliento cerca de mi nuca y mi cuello, tal y como si no hubiesen pasado más de dos semanas sin tenerlo cerca, lo recordaba tan fielmente que me costaba creer que él hubiese estado tan, pero tan distante... Aún así no lo culpaba.

También recuerdo que tres días después de lo ocurrido en el centro comercial me acerqué a él para tratar de disculparme, o tan siquiera intercambiar algunas palabras, lo cual, desde un distinto punto de vista, parecía una idiotez; en decir, disculparse con el muchacho más irracional de el instituto, aquél al que todos temían (y tenían buenas razones para hacerlo)... Era una locura el simple hecho de que pasara por mi mente hacerlo.

También había fumado mucho en esas semanas; recuerdo que no había noche que no me sentara junto a mi ventana a darle caladas a un cigarro mientras buscaba bajo la luz nocturna su silueta; no obstante, ya no lograba percibirla.

Masticaba casi a la fuerza el cereal de mi plato; desde los últimos cinco meses que había habitado en Las Vegas, ya no recordaba haber sentido la sensación de qué, incluso en mi propia habitación estaba insegura, tan vacía por dentro que no podía sentir lo que era despertar los sábados por la mañana con aquella sensación de libertad y felicidad, y aquella felicidad era la que sentía cada vez que recordaba los ojos de Boris mirándome. Cosa que ya había comenzado a olvidar.

Frank-Oye, linda... -Habló mientras bajaba las escaleras con una leve, aunque distintiva sonrisa.- ¿Puedes sacar la basura hasta el contenedor de la otra casa? -Me pidió mientras entraba a la cocina. Yo solo asentí con la cabeza, sin decir ni una sola palabra y dejé mi teléfono en la mesa para tomar las bolsas y salir de la casa.

Caminaba mientras pateaba y jugaba con las piedritas del suelo con las que me atravesaba; sentía el viento caliente en mi rostro y mis brazos, ahora con pequeños granos de arena, que debido al sudor se pegaban en mi piel. Estaba mareada, y sentía como si los oídos me fuesen a explotar en cuanto diese el primer parpadeo o tragara saliva, y también como si mi vista hubiese sido cubierta por niebla. Tenía la cabeza en las nubes, como si en el momento menos esperado, fuese a desmayarme y me fuese a quedar tirada en la carretera por miles de horas hasta que alguien encontrara mi cuerpo.

Entonces, el retumbar en mi cabeza se volvió en un par de rítmicos golpes, que según mi subconsciente, se escuchaban a lo lejos y se sentían en el suelo; sostuve mi mirada al frente, y vi cómo un joven de cabellos rubios, lentes muy parecidos a los de un personaje de cierta película sobre hechizos, aturdido y asustado se aproximaba.

t/n-Theo... -Lo nombré, mientras admiraba con confusión cómo se acercaba. Mejillas sonrosadas y ojos cristalinos fueron lo que visualicé cuando estaba a pocos metros de mi; no obstante, no se detuvo.- Th... Theo¡¡ -Reaccioné y le grité cuando él pasó de largo mío y siguió corriendo.- Theo¡¡ !¿Qué diablos te pasa?¡... Potter¡¡¡ -Lo llamé de distintas formas y en diferentes tonos, pero él solo siguió su camino, y no se detuvo.

Era cierto que Theo era una persona irracional, ansioso e incluso irritante en ciertas ocasiones, y yo lo comprendía a la perfección, simplemente era él; no obstante no pude evitar sentirme mal al no entender nada de lo que le pasaba, ¿estaría drogado acaso? no, si estuviera drogado no hubiera podido correr tan rápido...

A veces recuerdo todas las cosas que he hecho en mi vida, lo bueno y lo malo, también de las cosas de las cuales me arrepiento, y si, si pudiera regresar el tiempo estoy segura de que habría corrido tras de el rubio y lo habría interrogado, o tan siquiera lo hubiera abrazado; porque yo no sabía que esa era la última vez que yo iba a verlo... Tan frágil, tan solo y tan asustado, esa no era una despedida justa.

Cerré la puerta detrás mío, suspiré y cerré mis ojos por un momento; sentía como si el calor me estuviese consumiendo entera, y en pocos segundos si yo no hacía algo iba a derretirme, supongo que así habría sido de no ser por el escalofrío que sentí cuando vi a mi tío desconcertado, sentado en una silla junto a la mesa, con mi teléfono en sus gélidas manos.

MI ÚNICA ADICCIÓN | Boris PavlikovskyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora