III

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Las risitas agudas de los niños lo desconcentraron, haciendo que dejara el libro sobre la amplia mesa del mapa de poniente, pensando en salir a decirles que guardaran silencio. Jacaerys había pedido un par de días más al maestre para que le permitiera repasar su valyrio; sería el futuro rey, debía demostrar su capacidad para poderse expresar en ambos idiomas. Más las risas de los pequeños lo sacaban de quicio.

Le agradaba su tío Daeron y agradecía la visita que les estaba haciendo en Rocadragón, pero para la edad que tenía continuaba comportándose como un niño el que le seguía las travesuras a Joffrey. Que pasó corriendo por el pasadizo.

Fue la gota que derramo el vaso.

Se asomó por la puerta para pedir que guardaran silencio, cuando vio la sonrisa alegre en el rostro de su hermano. Pasaron días en los que estuvo con los ojos llorosos, siguiéndolo a todos lados, al no tener a su madre cerca, que se impedio arruinar su diversión. Suspiro resignado. Viendo como ambos niños se ocultan tras los guardias que los cuidaban, girando en su entorno, usándolos como escudos para que el otro no pudiera atraparlo. Era lo mínimo que podría permitir luego de los acontecimientos de los siguientes meses.

Rhaenyra había sido nombrada Mano del Rey luego del incidente que sufrió Otto Hightower tras su partida a Antigua. Conmocionando a más de uno por lo inesperado de los hechos, aceptando a regañadientes a la princesa en la corte privada del consejo. La reina continuaba enferma, delegando todos sus mandatos a Helaena, que estaba a lado de Rhaenyra la mayor parte del tiempo. Por eso nombraron a Jacaerys heredero de Rocadragón, y como tal, debía permanecer en su hogar designado hasta que la Mano lo viera conveniente.

Tras el envío de Joffrey a la isla, se enteró que Lucerys viajaría con Aemond a Driftmark, a petición de Lord Corlys, que quería cerca a su nieto para instruirlo como era debido en el arte de la navegación. Por las cartas que recibia de su hermano, sabia que estaba acostumbrandose lo mejor que podia al mareo de las aguas y a liderar a los hombres.

Aemond parece gustar de esto. Si vieras su rostro de emoción cada que guía al timonel a la hora de fijar el curso. Creeme que lo tomo como suficiente pago por tenerlo a mi lado y continuar con esta locura de volvernos señores de las mareas.

¿Me gustaria saber como estas tu? Ya te sientes dueño y señor del castillo o ¿aun te falta caracter como gobernar esas tierras?

Siempre tuyo, L.

Por cierto. Saluda a nuestro hermanito de mi parte. Dile que pronto enviaré por él para que nos visite.

Jacaerys se alegraba por ellos y escribía contando todas las peripecias que vivía: tratando de llevar lo mejor que podía las nuevas responsabilidades que su madre había puesto sobre sus hombros. Recibiendo consejos del maestre en algo que no entendía.

Con otra con la que se envía misivas era Helaena, que le escribía lo emocionada que se sentía al aprender de Rhaenyra y como esta permitia que aprendiera a interpretar sus sueños y pensamientos gracias al sacerdote de Asshai y sus curiosos libros que los descifraban. Los comentarios que odiaba encontrarse en esos relatos eran los referentes al hijo ilegítimo de Aegon, que parecía acoplarse bien a su nuevo entorno. Jacaerys sabía que no debía odiar al niño, pero por desgracia sería un constante recordatorio de una de las tantas faltas que cometió Aegon antes e incluso después de comprometerse.

Cerró el libro desganado. Hacía varios minutos que su hermano y tío se habían ido a jugar a otra parte del castillo, y aun así le costaba concentrarse en la lectura. Divagando en cosas de poca importancia. Guardo el ejemplar en su sitio y camino despacio hacia su recamara. Tal vez un poco de descanso le vendría bien luego de un día atareado.

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