VIII

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El ir y venir de los hombres armados hizo que Aemma, curiosa, apurara el paso. Discreta, pasó a lado de los caballeros, acomodando sus trenzas de forma que todo el cabello estuviera recogido, tratando de escuchar lo que dos de ellos platicaban. Lastima que por el repiquetear de sus armaduras al caminar, no entendió nada. Y pudo adivinar que ninguno se inclinó a saludarla por las prendas simples que portaba. De seguro parecería una criada. Eso le gusto. Si ya dentro del castillo no la reconocían por ser de la realeza, cuando estuviera fuera de este seria mucho mas facil.

Los capas doradas se agruparon en el patio de recibimiento, obedeciendo la orden de su comandante, que solo pidió esperaran en ese lugar a su regreso. Ser Loreth Lansdale escoltó al hombre al interior, llevándolo ante la Reina. 

Aemma no entendía que hacían la guardia de la ciudad dentro del castillo. Tal vez su motivo sería el mismo por el que sus padres no desayunaron con ellos.

Al fondo del corredor, su tía Visenya se detuvo a contemplar a los guardias, junto a la septa Amelya, que debía estarla llevando al saloncito para continuar con su bordado y lecciones de lectura.

—Tia Visenya, ¿sabes que está pasando? —indago apenas se acercó a su lado, haciendo una reverencia como saludo. Aunque su padre Aegon siempre decía que ellos no debían inclinarse ante sus iguales, su papá Jacaerys les recordaba que por respeto debían continuar demostrando sus modales.

La septa la miró de forma despectiva de pies a cabeza, de seguro por su vestimenta. Toda septa que las veían a ella y Alicent solían mirarlas de esa manera. Ya estaba acostumbrada.

—Aegon escapó por la noche —murmuro, esperando que la septa no la oyera, pero por forma que desvió la mirada, negando, supo que falló en su intento de ser discreta.

—¿Mi padre? —cuestiono confusa. Pudo jurar haberlo visto tomado del brazo de su papá Jacaerys a media noche, dando un paseo bajo la luna. Ella tuvo suerte de que no la vieran fuera de su recamara a esa hora.

—No, mi hermano, Aegon el joven. Escapó por la noche junto a Borrasca. Mi madre está furiosa a la vez que preocupada —murmuró, sin quitar la vista de los hombres uniformados.

—¿Solo el tío Aegon, sin el tío Viserys?

Era bien sabido que ambos solían hacer travesuras juntos. A ella también le gustaría tener ese mismo atrevimiento para hacer las mismas travesuras.

—Viserys aun duerme. Por los pergaminos y libros que estaban a su alrededor, suponen que se amaneció leyendo. De seguro por eso no acompañó a nuestro hermano en esto.

—Esperemos lo encuentren pronto.

—Ojala que si. Madre no merece este tipo de preocupación.

—Ya le dije princesa, si completa hoy toda la oración como se debe, La Madre la oirá y el joven príncipe regresará sano y salvo —comento la septa Amelya, mirandolas de soslayo.

—Tal vez la querida Aemma pueda acompañarnos en mis oraciones —propuso Visenya, con una cálida sonrisa, tomando la mano de su sobrina.

—Eso seria hermoso, así la pequeña princesa podría pedir a la doncella y la madre para que la ayuden a volver al camino de la rectitud —soltó la septa, con una pequeña sonrisa, mirando a Aemma, que en ningún momento esquivó su mirada ni se inmuto ante sus palabras.

—Mejor le rezaré al Guerrero, para que me vuelva más feroz en batalla —dijo la niña, comenzando a sonreír. Visenya la igualo.

—No sería una mala idea. Septa Amelya, podríamos rezar también a los otros dioses para que cumplan con las peticiones que cada buen ciudadano pide ante sus estatuas.

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