La recamara estaba sumida en olores agradables. Manzanilla, lavanda, valeriana, y esa extraña mezcla dulce que Onuris suministro sobre el corte para ayudar con el cicatrizado. Lucerys tomó la mano de su hijo con cuidado de no despertarlo.
Había sido difícil meterlo a la cama sin que llorara o repitiera, de forma constante, que no fue su culpa. Que, tal vez, no debieron salir esa noche. Debieron esperar a la mañana para ser acompañados, como era debido, por los adultos.
—Aemma estaba tan ilusionada por ver a los huérfanos, que Baelon y yo no pudimos decirle que no —confesó, entre lágrimas, llevándose las manos a los ojos, para frotarlos. Acción que hacía para evitar delatar de que lloraba.
Lucerys volvió a abrazarlo. Evitando exteriorizar el dolor y pesar que estaba sintiendo. Ahora debía ser fuerte para su hijo, ya luego podría llorar lo que quisiera en la soledad de su recamara.
—Perdóname, papá —lloró, aferrándose a su agarre —. Perdóname por escaparme todas las noches del castillo. Ahora se que no debimos hacerlo.
Fue inevitable que Lucerys no soltara un par de lágrimas. Limpiándolas antes de que siquiera las doncellas, que retiraban la bañera, donde se encargó de limpiar a Maegor de todo rastro del maltrato, se dieran cuenta.
—No hay nada que perdonar, cariño. —acarició los rebeldes rizos que su niño le heredó —. Ustedes no hicieron nada malo, solo pensaban en ayudar al pueblo.
—Pero escapamos. Y no es la primera vez —se apartó un poco de su agarre, para verlo a la cara —. Lo hicimos en incontables ocasiones en el pasado. Antes de que regresáramos a Marcaderiva, Baelon, Aemma y yo solíamos recorrer las calles de la ciudad cada vez que teníamos la oportunidad. Incluidas aquellos lugares que la septa señalaba como prohibidas.
Y de pronto, esa imagen de su sobrino ojeroso y de su hijo demasiado cansado para realizar sus actividades, cobraron sentido. Cuánto hubiese deseado Lucerys que esas noches de desvelo, que su hijo y sobrinos pasaban, fuera de pláticas y no exponiéndose al peligro.
Trato de no pensarlo demasiado. En no dejar que su mente divagara en los incontables castigos a los que sometería a su hijo por burlar su confianza.
Ya el propio destino se había encargado de castigarlo por sus faltas. No haría nada más que consolarlo para aliviar su dolor.
Lucerys suspiro, volviendo a traer a su hijo hacia su cuerpo, reconfortándolo en ese abrazo.
—No te atormentes con eso, es el pasado. No volverá a ocurrir.
—Lo que ocurrió. Lo que hizo... Aemma. Ella...
—No volverán a hacerles daño —lo miro a los ojos —. Te lo prometo: nadie volverá a tocarlos. Nunca más.
—Nosotros no tuvimos la culpa, es que ellos... y Aemma...
—Su majestad —interrumpió Onuris, con el té para calmar los nervios de Maegor. Y hacerlo dormir.
No tomó mucho tiempo para que dejara de balbucear y se quedara dormido, al fin permitiéndose descansar luego de pasar el trauma. Para Lucerys aún era inconcebible la idea de que quisieran matarlos solo por ser niños Targaryen. Debía haber alguien más a parte de ese hombre, que estaba diciendo palabras mal sanas con el único fin de perjudicar a su familia. Se llevó la mano al vientre aun plano, tratando de proteger a ese bebé que se continuaba formando. Deseoso de nacer rodeado de sus seres amados, sin temor de que podría ser dañado. Y si quería regalarle un lugar seguro donde habitar, tenía que descubrir quién verdaderamente está infiltrado en esas atrocidades.
Ya por esos años, y con todo lo que aconteció a su familia, creía que se habían librado de los enemigos que pudieran tener. Pero por los acontecimientos de esa noche, parecía que las ratas continuaban ocultas buscando acabarlos desde los más débiles.
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Consejos poco Prácticos
FanfictionAemond esta harto de que Jacaerys le hable de Aegon. Así que en su último atisbo de paciencia, aconsejara a su sobrino de como puede conquistar al idiota de su hermano. Fic Lucemond y Jacegon