XV

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—¿Ahora si vas a decirme la verdad?

Maegor esquivo la mirada, evitando ver a su padre.

—No hay nada que decir —contestó en un hilo de voz, ansioso.

—En serio esperas que me crea el cuento de que encontraron el camino de la nada y salieron del castillo.

—Te recuerdo que yo salí herido, papá —dijo, señalando su herida.

Onuris había dicho que llevara la herida al aire libre, sin cubrir, así sanaría más rápido. Solo cubierta por el ungüento especial que el sacerdote aplicaba por la mañana y la noche, viendo como el corte estaba cicatrizando de forma favorable.

—Lo sé, Maegor. Pero sigo sin creer que encontraron ese camino alterno, fuera del castillo, así sin más. Y juntos pensaron en ir al Lecho de Pulgas. Lugar más que cuestionable para jóvenes de su edad. Vestidos de esa manera

—No fuimos a hacer algo malo, si eso te preocupa.

—No te estoy acusando de eso.

—Pues, parece que lo hicieras —se cruzó de brazos, molesto.

—Solo quiero saber como es que sabían que ese camino los llevaría al exterior. A tal punto que supieron que ropa usar para pasar desapercibidos.

Maegor se encogió de hombros, mirando a otro lugar menos a Aemond, que trataba de mantener la poca paciencia que le quedaba. Él, que lo recordara, no fue tan rebelde en su adolescencia. Siempre dijo la verdad e hizo caso a todo lo que su madre demandó. Porque su niño no era igual. Lo habían criado del mismo modo que él fue criado, mezclado con el amor y confianza que su hermana y tío tuvieron para con Lucerys y sus hermanos. ¿En qué estaban fallando para que su hijo se comportara de esa manera?

—No me dirás, ¿verdad? —Maegor negó. Aemond suspiro, poniéndose de pie, caminando en torno a los sillones que decoraban la recamara de su hijo —. Déjame adivinar. Todo comenzó hace qué ¿cinco o seis años atrás?, donde solías quedarte dormido en mi recamara cuando pasábamos la tarde juntos. Momentos en los que yo creía que solo te desvelabas leyendo, pero en realidad... ¿Salían del castillo? —se detuvo frente a su hijo, que tenía la mirada gacha —. Exponiéndose a todo peligro que hay en ese lugar. Volviéndose un blanco fácil para cualquier daño que les pudiera pasar. Y mírate ahora. Hay que agradecer a los dioses porque no te quitaron el ojo.

—¡No fue mi culpa, solo fuimos a ayudar! A corroborar si la Reina estaba enviando la ayuda que Aemma le solicitó hace años. No vivimos aquí, padre, como saber si se cumplía lo acordado aquel día. No esperábamos que... nos atacaran —dijo en voz baja, palideciendo, pellizcando de forma nerviosa el borde de su chaqueta. Aemond sabía que estaba mintiendo. Conocía tan bien a su hijo que sabía cuando le ocultaba la verdad.

—Sé que no fue tu culpa —tomo su manos entre las suyas, acariciándolas —. Solo trato de entender que los orillo a arriesgar su vida de esa manera. Pudiendo pedir nuestra ayuda para lo que quisieran lograr.

—Quieres decir que si les decía la verdad, ¿no se habrían enojado?

—Claro que no —mintió. Se habrían puesto furiosos —. Solo hubiésemos estado a tu lado para velar por tu seguridad y la de tus primos. Evitando que este accidente ocurra —musito, acariciando con cuidado el borde de la mejilla herida, viendo como los ojitos de su hijo se llenaban de lágrimas.

—No quería que nada de esto pasará. Y aunque ustedes hubiesen estado conmigo ese día, igual nos habrían atacado —sollozo, buscando que su padre lo protegiera entre sus brazos. Aemond buscó la forma de no revelar sus sentimientos, manteniéndose fuerte para su familia, tal como lo hizo esa trágica noche.

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⏰ Última actualización: Jul 18, 2023 ⏰

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