XI

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Todo parecía una broma de mal gusto, una excusa ridícula para hacerlos regresar a la capital. Pero por el tono de voz que empleo Daemon, los gestos preocupados y la discreción con la que debían brindar su ayuda, lo hacía parecer real.

—¿En serio creen que mi madre se fugó con la princesa de Dorne? —cuestionó Lucerys, terminando de colocarse los guantes de cuero, de camino a las playas, donde Arrax y Vhagar descansaban, apenas el Rey Consorte retomo el vuelo junto a Caraxes.

—Sería un auténtico escándalo suponerlo. Si tanto la Reina gusta de la compañía de la Princesa, a tal punto de fugarse con ella, porque no son ellas las que se casan y dejan a nuestra hija de lado —comentó Aemond con desgana, siguiéndolo de cerca. Imaginando los rumores que se crearían al saber sobre el actuar de su Reina. Por ese motivo su tío les pidió discreción. De seguro nadie en el reino sabía de la desaparición de Rhaenyra y Aliandra.

Lucerys se detuvo de forma abrupta, girando a verlo.

—Si de verdad mi madre gusta de su compañía, podríamos usar esto a nuestro favor y convencer al consejo de que la mejor forma de unir a los Reinos sería que mi madre tomé de esposa a la Princesa de Dorne —dijo con una pequeña sonrisa maliciosa, antes de girarse y continuar caminando.

Ahora fue el turno de Aemond de quedarse quieto. ¿Qué fue lo que Lucerys acababa de insinuar? Esperen... ¿Qué fue lo que él dijo? Si que le estaba afectando no haber dormido bien.

—No creo que este tipo de escape se pueda tomar como algo sólido para la disolución de la boda de nuestra Daenys —comentó, continuando la marcha, tratando de seguir el hilo de la conversación.

El que Daemon apareciera en la madrugada, para dar la noticia de la desaparición de la Reina, sí que era malo. Ni siquiera iba a amanecer y ya estaban fuera de la cama. Al menos esperaba que Rhaenyra hiciera algo malo para justificar su futuro actuar.

—No sabemos dónde puede estar. Y que el Rey Consorte se viera así de angustiado por desconocer su paradero, ¿no te parece sospechoso? Rhaenyra Targaryen es impredecible en su actuar. Correr el rumor de que se fugó para tener una boda secreta, sería muy conveniente.

—No creo que sea creíble, será su palabra contra la nuestra. Eso sin mencionar al esposo que la princesa tiene —menciono, no muy convencido en el plan de su esposo. Lucerys se veía convencida con sus palabras.

—No si tenemos a mucha más gente que diga el rumor. —Se giró a verlo, sonriendo, caminando de espaldas —. A la Reina no le quedara mas opción que acallar los rumores cumpliendo el acto. Eso sin mencionar que la pobre princesa quedaría viuda sin previo aviso. Dejándola a ella como la principal responsable de un acto que solo lo hizo por amor. —Aemond sonrió de lado, al escuchar esas palabras —. No sería la primera vez que alguien mata a otra persona por conseguir algo, ¿o sí? —terminó su discurso guiñandole un ojo, deteniéndose a pies de la colina, divisando a sus dragones recostados sobre la arena.

Desde que Lucerys tuvo la pérdida del bebé, y se sentía amenazado o alguno de sus hijos sería alejado de su lado, tomaba una actitud demasiado resiliente con el resto. Buscando soluciones positivas en las que nadie de su familia se viera involucrada. Sin importar mucho si alguien externo a sus seres queridos se viera perjudicado. Así que sugerir algo como eso, sin importar el qué dirían de su Reina, con tal de librar a su niña de una boda no deseada, decía mucho de su esposo.

Quien escuchara sus locas ideas, pensaría mal.

A la distancia se veía al no tan pequeño Balerion, el renacido, como lo bautizó Maegor, siguiendo de cerca a Vermithor, que parecía pasear. A pesar de que sus dragones estaban libres en la isla, no ocasionaban tanto disturbios como lo pensaron en un inicio.

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