XIX

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Limpio el sudor que corre por la frente de mi madre. Hace tres días que yace mal, se encuentra con su piel pálida y reseca. Alice asegura que la peste que ronda en el pueblo la alcanzo. Se pasa por las noches rogando porque no tenga el mismo final que los residentes del pueblo, la muerte. Trago grueso de solo imaginármelo, en silencio pido a Eira, diosa de la sanación, que ayude a mi madre para que se recupere de esta enfermedad.

Humedezco el pañuelo con agua fría y lo vuelvo a colocar sobre su frente.

— Vignar — balbucea entre sueños, nuevamente el nombre de mi padre. Acaricio su mejilla con el pulgar. Su piel aún está caliente.

— Quédate a cuidarla Alice — informo dirigiéndome a la puerta con una cubeta de madera entre las manos — Iré por más agua al rio.

— Ten cuidado Venea.

— Lo tendré — aseguro

Una vez afuera, verifico que la daga se encuentre en su lugar, sujeta a mi muslo. Fue un regalo de mi madre al cumplir 18 inviernos. Era hermosa con su empuñadura de metal plateado con los sellos de nuestros dioses y en la punta de esta, el cristal rojo brillante que resalta sobre toda la daga junto a la hoja afilada de esta.

Mi padre se la regaló a mi madre como obsequio por aceptar unirse a él en matrimonio. Eyda no es una mujer a la que se le pueda negar algo, como fue mi caso al no querer aceptar la daga porque era suya, pero ella dijo que ya era mi momento, que le daría mejor uso que tenerla guardada entre sus cosas y que aparte mi padre estaría contento de que la tuviera.

Camino en medio de la oscuridad de la noche, a pesar de la niebla que se presenta en ella dificultándome ver el camino, me dejo guiar por el sonido del agua corriendo con furia a unos tramos de la cabaña.

Termino de llenar de agua la cubeta ubicándola a un lado para poder refrescar mi rostro con el agua helada liberando un suspiro de cansancio al mismo tiempo. Aun sobre el suelo me sostengo de mis rodillas dejando caer mi cabeza hacia abajo. Llevo un par de noches sin poder conciliar el sueño por temor a la enfermedad que pesco mi madre. No quisiera pensar en lo peor, pero no sabría cómo seguir sin ella. Es mi sostén en este mundo, mi aliada, la que me enseñó a cómo sobrevivir siendo yo.

Una de mis manos viaja mi cabello oscuro, ocultando mi color verdadero gracias a la mezcla que utilizo cada día, y la otra tocando suavemente mis parpados cerrados. A veces me cuestiono por qué los dioses decidieron bendecirme de esta manera. Siendo tan diferente al resto y al mismo tiempo un peligro contra mi vida si me descubren.

Abro los ojos alarmada por el sonido que oigo a unos metros de mí. Volteo intentado ver a través de la niebla, pero siéndome inútil por el espesor de la misma. Cuando creí que tal vez era un animal deambulando por allí, el leve murmuro de voces llega hasta a mis oídos. Rápidamente me oculto detrás de un árbol a la espera de los dueños de aquellas voces. Por el tono grave, deduzco que es de hombre.

Eso me deja inquieta, ya que no es común que anden por estos lados. Y los animales para cazar no se encuentran en esta parte del bosque en esta época fría de invierno.

— Te dije que vi a esa maldita bárbara por esta parte del rio — inquiere una voz masculina en voz baja — Tiene que estar cerca el lugar donde habita. Seguro la vieja loca que vive dentro del bosque la esté amparando, es la única que vive por estos lugares.

Maldigo por dentro al saber que se refiere a Alice y a mi madre o a mí al decir bárbara.

— ¿Cómo sabes que es vikinga a la que oculta esa vieja? — pregunta la otra voz también masculina, pero algo más joven.

Venea - Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora