XXXIV

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Deseaba en ese momento con todas sus fuerzas poder tener el control del tiempo, de poder congelarlo y permanecer allí, entre los brazos de su padre. Podía sentir como la carga que llevaba en sus hombros se desvanecía, nada podría importarle ahora más que en disfrutar de aquella calidez. Respirando en paz sintiendo la completa seguridad que le transmitía al estar rodeada de sus brazos. Volvía a sentirse como una niña, solo que había una diferencia y era que contaba con su madre también. Ahora los tenía a ambos. Algo que había soñado por tanto tiempo, noches enteras mirando al cielo de pequeña e imaginando como se sentiría tener a sus dos progenitores juntos como cuando veía a los padres de otros niños.

El confort que siente, provoca que no quiera volver al mundo en la tierra y volver a lo de antes, solo quisiera quedarse allí.

Tantos años manteniéndose firme, creyendo que tenía todo controlado, trazando cada paso en su cabeza con detallado cuidado. Y así era, solo que había algo que le estaba faltando y es ahora cuando se puede dar cuenta. Sus padres le faltaban, desde muy pequeña tuvo que sobrevivir sin ellos, creando una fortaleza alrededor de sí misma, desconfiando de ciertas partes de su alrededor. Temiendo que se acerquen demasiado, para volver a quedarse sola y tener que reunir todo su coraje para seguir adelante.

Teme abrir los ojos y ver que todo es un sueño, si así fuera, desearía jamás despertar. Allí su mente y cuerpo se hallan en armonía, sin ningún dolor que pueda herirla ni traspasarla.

— El tiempo corre, Hija. Tendremos tiempo de esto, más adelante — siente su suave caricia en la mejilla con amor —. Aún no es tu momento, Venea — menciona su madre como si pudiera leer sus pensamientos.

Aprieta sus brazos alrededor del cuerpo de su padre no queriendo soltarlo.

— Tu madre tiene razón, pequeña — sujeta entre sus manos su rostro, deslizando los pulgares por las lágrimas que siguen cayendo —. Tendremos más tiempo de esto, pero no en un futuro cercano. Tu camino aún debe seguir — sus palabras sale con un poco de dificultad y por la mirada de sus ojos comprende que también le cuesta decir aquello.

— Tengo miedo — confiesa con voz quebrada pasando el nudo de su garganta—. Los necesito, no puedo hacer esto sola — niega sin apartar los ojos —. Creía que podría, pero no es cierto, es muy difícil seguir de esta forma. Estoy sola.

Su padre la sujeta de sus hombros y aleja un poco de su cuerpo para que vea completamente su rostro, su madre se acerca del otro lado teniendo de esa forma a ambos de frente.

— Escúchame bien, mi pequeña guerrera. Tú nunca estas sola. Aunque no nos veas, nosotros estaremos a tu lado desde aquí y no hay que olvidar que allí en la tierra, tienes gente que te apoya también. Solo que debes verlos también, hija.

— Nosotros siempre te estamos viendo.

Venea los mira sin creerlo, su padre le asiente con una sonrisa sincera y una lágrima cayendo de su ojo.

— Jamás me he perdido un solo día de tu vida desde el momento que llegaste a ella. Te he seguido en cada paso — vuelve a deslizar sus palmas ahuecando sus mejillas —. Tú jamás estás sola, mi niña.

— Eres fuerte, Venea. Fuiste la elegida por los dioses — su madre sonríe con orgullo.

— Siempre me decías eso y por fin pude recuperar nuestro hogar.

— Y no sabes lo contentos que estamos de volver a ver nuestro hogar contigo como reina, como debería haber sido desde el principio. Pero un trono es solo un trono. Los dioses te eligieron para algo más.

Venea le lanza una mirada desconcertada por sus palabras.

— ¿Qué otra cosa podría ser? — Creía que recuperar lo de sus padres era lo que los dioses le destinaron.

Venea - Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora