▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔
"En el día de mi muerte, busca en los confines del mundo el último recuerdo de mi alma."
Poseidón ha muerto hoy, y su último deseo está plasmado en el mapa del fin del mundo. Oculto de todos y protegido del mundo, el secreto de...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los múltiples pasos son sonoros gracias al pasto. Después de haberse alejado del coliseo, tomaron rumbo hacia las montañas, aprovechando que la atención de los dioses estaba puesta en el gran Cerbero. Quien guía al grupo es Hrist, que todavía refunfuñaba por lo bajo. Tras ella están Heracles y Kojiro, quedando atrás los tres pequeños.
El ambiente es tenso. Sin embargo, todos frenaron su andar al oír la voz de Hrist.
-Heracles -llama la ojiverde-. Necesito tu ayuda.
El mencionado, dudoso, se acerca a la valquiria. Ella le extendió el pergamino, con su rostro más sereno.
Heracles toma el rollo, procediendo a abrirlo para ver por él mismo su contenido. Todos miraron atentamente el ceño del dios, el cual se frunció durante su examinación.
-Esta isla... -murmura.
-¿Sabes dónde está esa isla? -fue el turno de Kojiro en preguntar, sentado en el suelo a lado de los tres niños. Estaba cansado, pero no lo admitiría sabiendo que eso podría enfurecer a su amiga.
-No -negó, oyendo un bufido provenir de la valquiria-. Pero recuerdo haberla visto una vez.
-¿Dónde?
Interroga Geir. Heracles cerró los ojos, bajando el mapa.
-En un tapiz, en el Olimpo. -contestó-. Por lo que Ares me contó una vez, el tapiz mostraba los territorios que Poseidón custodiaba, y donde estaba prohibida la entrada de otros dioses.
-Básicamente, eran tierras sagradas para él.
-Había otras islas, no obstante, esta me llamó la atención porque era la más recóndita, y la que no estaba bautizada.
-¿Cómo que bautizada? -pregunta Okita, sin entender nada.
-Que no tiene nombre.
-¿Y eso que relevancia tiene? -cuestionó la de cabellera morada.
-Que puede que esa isla haya sido borrada de la tierra por Poseidón. Pero no estoy seguro; Ares dijo que era un rumor.
-¡¿Entonces no hay aventura?! -la voz de uno de los más pequeño llamó la atención de todos. Era el de cabellera rubia, que, con sus mejillas infladas y cejas fruncidas, se quejó.
-Tu cállate -bufa Göll-, nadie te invitó.
-Te salvé de ser aplastada por ese perro y así me pagas: con tu agresividad.
El rubio pone una mano en su frente, haciéndose el dramático.
-¡Tú no hiciste nada! -chilló-. Además, ni siquiera sabemos tu nombre.
-Primero -se aclara la garganta, levantándose de un brinco-: hice más de lo que crees. Y segundo: mi nombre es Michel Nostradamus.
