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¿Cosita? ¿Desde cuando precisas de eufemismos? Si nunca te ha importado ser un pelado, por favor, que no te importe ahora

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¿Cosita? ¿Desde cuando precisas de eufemismos? Si nunca te ha importado ser un pelado, por favor, que no te importe ahora.

Por otro lado, no creo que mi noviazgo con Diana sea equivalente a tus orgías. Otra cosa, deja que te recuerde que Fredrik no te dio tu primer beso, te lo di yo, debiste olvidarlo, así como olvidaste que alguna vez existió algo llamado Blockbuster.

 Otra cosa, deja que te recuerde que Fredrik no te dio tu primer beso, te lo di yo, debiste olvidarlo, así como olvidaste que alguna vez existió algo llamado Blockbuster

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No comprendo que era lo que mirabas en mí, de todos los que te rodeaban en aquel entonces yo era el más insignificante. Pobre, aburrido, flacucho, deprimente y gris, como un cielo encapotado. Mi suerte ya era demasiada por haber logrado que Diana se fijara en mí, que iba a imaginarme que alteraba los pensamientos y las emociones de la persona más bella que había conocido, que a los catorce se la pasaba haciendo berrinches y  que todavía creía en fantasmas.



La tarde de Blokbuster, mientras Joel, Fernanda y tú, peleaban por las películas, y los gemelos lloriqueaban en sus faldas porque querían que les rentaran Elmo en la tierra de los gruñones y nadie les hacía caso, Raquel y yo tuvimos nuestra primera conversación real.

Comenzamos hablando de nuestras películas y libros favoritos, nos sorprendió darnos cuenta de lo mucho que coincidían nuestros gustos. Me dijo que le caía bien porque gracias a mí se había deshecho de ti.

—Al fin encontró otro al que molestar.

—No me molesta —mentí.

Tu hermana se rio con ganas.

—Conmigo no tienes que ser educado —me dijo —. A veces ni él mismo se aguanta. A Joel le preocupaba que después de lo que Leo dijo el día que ustedes dos se conocieron, tú ya no quisieras volver a la casa, y que le dejaras de hablar. Que bueno que no fue así, mi hermano te considera su mejor amigo.

—¿Te lo dijo?

—No hace falta. Modestia a parte, soy la persona que mejor lo conoce, Joel no necesitó decírmelo literalmente, con escucharlo hablar de ti, basta para darse cuenta.

—El también es mi mejor amigo —dije —. El único, de hecho —agregué avergonzado.

Raquel suspiró y miró a Joel, que en aquel momento intentaba arrebatarte un VHS de Clueless, a veces podía ser tan infantil como tú.

—Mi hermano no había tenido amigos desde que mamá murió, decía que no los necesitaba, que con nosotros era más que suficiente. Es un buen hermano. Aunque, de mala gana, es el único que siempre está dispuesto a ayudar a Leo con sus tareas. A mí y a Fernanda nos sobreprotege por ser mujeres —en tornó los ojos —. También cuida de los gemelos, siempre que puede los lleva al parque o a donde le piden. —Raquel calló un momento y después continuó —.No debería contarte cosas tan aburridas.

—Está bien, Joel no me cuenta todo. Creo que no me tiene suficiente confianza.

—No es falta de confianza, Joel simplemente es así. Nunca habla de lo que lo avergüenza lo lastima. Por eso no te advirtió como era Leo antes de presentarlos.

—Leo no es malo, solo es temperamental. A lo mejor se le quita cuando crezca.

—No es malo, de hecho es todo lo contrario. Es la clase de persona que no puede soportar ver tristes a los que quiere. Si te ve deprimido hará lo que sea por levantarte el ánimo —Raquel te miró y continuó hablando, perdida en sus pensamientos —.Cuando nuestros padres recién se casaron Joel y yo estabamos tristes porque ya no veríamos a la abuela con la misma frecuencia que antes, ella nos cuidó desde que mamá murió. Leo me encontró llorando debajo de las escaleras, me preguntó si me había caido, le respondí que no, pero de todos modos se acercó y me sobó la cabeza diciendo :¿Te duele mucho? —se rio —. Tenía unos cuatro o cinco años, y era todavía más insoportable de lo que es ahora, sin embargo, ese día se quedó conmigo y me consoló, sin si quiera entender por qué lloraba. También es bueno con los animales, les da de comer a los gatos de la azotea, hasta se encariñó con uno y está tratando de domesticarlo.

—¿Tiene un gato?

—No es técnicamente su gato, solo va a que Leo le de de comer y a veces le hace compañía, lo llamó panchito. También es bueno con las ratas, de niño quitaba las trampas que mi mamá les ponía, incluso adoptó una.

—¿Una rata?

—Un ratón, creo. Lo encerró en la jaula de su hamster, que acababa de morirse, y lo llamó Gus-Gus, como el que sale en cenicienta. Mi mamá le dio veneno a escondidas de Leo, lástima, el pobre ratoncito no le hacía daño a nadie. —Me miró —. Debes estar pensando que soy rara, ¿no? Por contarte cosas que no te interesan. Mis habilidades sociales son muy pobres.

Me reí.

—No creo que sean peores que las mías —dije.

Te miré, tus hermanos y tú seguían peleando por las películas. Te imaginé en las situaciones que Raquel acababa de describirme: alimentando a los gatos de la azotea y salvando a las ratas de la muerte. No me costó trabajo, porque así como conocía tu mal genio, conocía también tu calidez. Me la habías dado a probar en pequeñas dosis, cuando me ofrecías un plato de galletas o un vaso de jugo, o uno de los Danoninos congelados que le robabas a los gemelos, cuando me preguntabas si ya había comido, o cuando me quedaba toda la tarde y no me dejabas irme sin cenar. Tu familia pensaba que te encontraba insoportable, no era para nada así. En honor a la verdad, disfrutaba de tu compañía, en especial las veces que tu mamá nos llevaba a los dos a la academia. Escucharte hablar por los codos, aligeraba el tedio que me aguardaba en las siguientes horas.

Érase una vez el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora