Prólogo. Lo poco que sabemos.

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Benjamín.


La luz de la luna era lo único que me mantenía cuerdo en aquel momento, el sonido de mi respiración agitada y el sudor que me resbalaba por la espalda me mantenían alerta, aquella noche sí que debía estar alerta.

Otro, en solo media hora. Pensé, sentía que estaba yendo de un lado a otro y me parecía muy injusto que solo me hubiesen enviado a mí esa noche para montar guardia. Pero bueno, ahí me encontraba, mantener el equilibrio mientras me posaba en cuclillas sobre una lámpara de luz de la calle era una cosa, pero perseguir sospechosos iba más allá.

El índice de delincuencia había subido grandemente los últimos meses y era algo que todo el mundo tenía presente cada día, pero más que todo en las noches podías notar la ausencia de gente en las calles, haciendo más fácil el deber de patrullarlas en busca de sospechosos. Todos los noticieros hablaban de aquello y no había nada más que videos de delincuentes en redes sociales.

Ah, pero, ¿y lo bueno? ¿Eso no lo publicaban, cierto? El porcentaje de personas que salían con vida de situaciones de vida o muerte del hospital también había aumentado, y nadie hablaba de eso. Lo más común era que el mérito se lo llevara Dios por sobre los doctores, pero esta vez ni siquiera eso. Nadie hablaba de todas esas vidas salvadas.

¿Y a qué se debía? Tendremos que hablar de eso luego, porque justo ahora, puedo ver cómo debajo de mi poste de luz pasa caminando un chico bastante sospechoso. No voy a decir que me guío de estereotipos, pero sí parece el tipo de persona que cae víctima de las circunstancias y le causa un mal a otra persona.

Así que decido seguir a ese individuo de capucha, extiendo mis alas, que ya estaban entumecidas de tanto estar quietas para evitar que me cayera del poste y emprendo vuelo tras ese chico, lo veo dirigirse a un callejón y continuar caminando, justo como si estuviese por salir del otro lado. Demasiado inocente para mi gusto, pero no, ahí está, el toque de maldad. El chico se queda de pie al final del callejón, acechante, esperando a su víctima. Y más allá estoy yo, observando el preciso momento en que su maldad se active para darle la oportunidad de detenerse.

Mi misión esta noche consiste en vigilar la zona del centro, donde se supone que hay más actividad maligna últimamente, pero más importante, hay muchos hospitales cerca, porque no puedo dejar desperdiciar esas vidas.

Me quedo quieto sobre un edificio observando a aquel chico que no debe tener más de 20 años, todo un desperdicio. Él se enfocaba en estar alerta por si alguien pasaba por la calle que daba al callejón donde se escondía en aquel momento. Mientras ambos esperábamos que algo pasara, me dediqué a observarlo, pude ver cómo se asomaba de una de las mangas de su suéter un reloj de buen aspecto cuando él miraba la hora.

Lo vi sacar un celular de su bolsillo y noté algo en él que me dejaba confundido. Últimamente notaba que las personas que se dedicaban a robar o hacer cualquier otra delincuencia no parecían necesitarlo, era como si algo los estuviera controlando. Lo vi mandar un par de mensajes y por un momento pensé que se iría, la verdad esperaba que lo hiciera, no quería hacerle daño a nadie más, pero no podía permitir que la maldad ganara.

Qué difícil. Los actos de violencia siempre creaban más violencia.

Todo sucedió muy rápido, vi a un par de chicas charlando mientras caminaban por la calle, se veían emocionadas hablando sobre algo y de inmediato supe que serían sus víctimas. Imaginé qué haría ese chico cuando ellas pasaran frente al callejón y me pregunté si estaría armado, esperaba que no.

Él es un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora