Capítulo 10. Hermandad.

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Benjamín.


¿A dónde vas? —me preguntó Cassiel, al ver que me ponía de pie.

No había pasado ni siquiera una hora desde que habíamos llegado a casa. Después de nuestra conversación sobre lo que había visto en Teresa, obviando las preguntas absurdas que me había hecho Cassiel sobre cómo era ella, pero que claramente respondí. Estuvimos hablando un poco sobre cómo le había ido con su papel como ángel limpiador, en eso, recordé que no había cubierto todo mi turno, así que me puse de pie, listo para partir.

—Debo seguir patrullando, aún no ha terminado mi turno —le respondí.

Él se levantó también y se movió rápidamente hacia mí, no tuve los reflejos suficientes como para reaccionar a tiempo y su mano fue directo a mi bolsillo, donde guardaba el mapa.

—¿Y por qué llevas esto? —me preguntó, sosteniendo el mapa en su mano.

Yo supuse que él adivinaba cuál era la verdadera respuesta, sin embargo, le dije algo distinto aunque sabía que probablemente no creería en mis palabras. Yo solo intentaba distraerlo, no quería que me quitara el mapa.

—Sería muy útil tenerlo conmigo, así sabré cuánta vida le queda a las víctimas de la maldad, y podré saber a quién darle el orbe de luz en el hospital.

Tenía mucho más sentido de lo que esperaba, y pareció sonar muy convincente. Cassiel encogió los hombros y volvió a acostarse en el sillón puff.

—Tienes razón, pero hay algo que no entiendo —cuestionó.

Parecía que estaba buscando una excusa para desarmar mis argumentos. Yo sabía que él no lo hacía a mal, solo quería molestarme y que le dijera que iba a ir a ver a Teresa.

—¿Qué cosa? —le pregunté, listo para escucharlo.

—Si quedamos en que cubriríamos los puestos del otro, ¿por qué vas tú y no yo? Ya hiciste todo mi turno.

—Necesito salir, aún tengo demasiadas preguntas en la cabeza, y creo que es mejor que salga a hacer algo productivo.

—Está bien, no me quejo. Solo por eso, dejaré que te lleves mi mapa.

Le agradecí y salí de la habitación, mientras escuchaba su televisor encenderse, sin duda, Cassiel tampoco iba a desaprovechar el tiempo.

Y yo tampoco, salí de la casa y observé el mapa. El contador de vida de Teresa se veía estable, bajaba cada dos minutos más o menos, no era lo normal, pero comparado con la manera en que disminuía cuando estábamos frente al hospital, había mejorado muchísimo.

Decidí que quizás era momento de quitarle un ojo de encima, posiblemente ella se encontraba durmiendo y esa era la razón por la que estaba más estable. Emprendí vuelo por el centro de la ciudad, buscando algún indicio de actividad sospechosa que pudiera terminar en un altercado.

Lo más normal era encontrarme con robos, personas escondidas en los callejones esperando que alguien pasara, o, como la noche anterior, una pelea entre chicas. Por eso me pareció sumamente raro cuando vi a una persona caminar sola con una túnica puesta, la capucha cubría su cabeza, pero no me impedía ver el brillo rojizo en sus ojos.

Él es un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora