Capítulo 16. Un baño de recuerdos.

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Benjamín.

Al terminar la cena, me encargué de lavar los platos y Cassiel se dispuso a ver televisión. Desde la cocina se podían escuchar algunos de los gritos en japonés que soltaban sus dibujos animados desde la pantalla, sin duda, esos sonidos me hacían sentir en casa. Él se había vuelto mi única familia, y parte fundamental del lugar al que podía llamar hogar.

Cuando terminé de lavar todo, subí a mi habitación. No tenía claro qué haría a partir de ahí, así que decidí tomar una ducha rápida, luego decidiría qué hacer. Al entrar al baño, observé la bañera, que hace mucho tiempo no utilizaba, y me sentí tentado en hacerlo. Sabía que la evitaba porque me daba mucho en qué pensar y era por eso que solía tomar duchas rápidas, para mantenerme en movimiento y evitar esos recuerdos.

Giré la llave y observé cómo el agua se iba estancando desde el fondo de la bañera. Me levanté y busqué algunas sales de baño que Cassiel guardaba para mí, aún sabiendo que no las usaba. Mientras veía el agua fluir, no pude evitar soltar una lágrima, que cayó a la bañera y desapareció sin más.

Su risa junto con la mía, invadían mis recuerdos, siempre lo hacían, aunque yo evitaba a toda costa esas situaciones que me hacían recordar mi pasado. En ese instante, entendí lo que quiso decir Cassiel durante la cena, y no podía evitar aceptar que él tenía razón. Yo seguía siendo aquel niño llorón, por más que escapara de él, seguía ahí.

Me metí a la bañera, el agua estaba fría, y aquella sensación me llevó de regreso al día en que Cassiel y yo nos conocimos. Aquel día, mi vida había perdido todo sentido, recordaba haber estado dispuesto a terminarla, todo con tal de estar con mi familia.

Pero él me sacó de aquel agujero.

Mi familia, una familia de ángeles como cualquier otra, era bastante normal, hasta donde yo sabía. Tenía una hermana mayor llamada Cloe, y un hermano pequeño, Alec, yo era el hermano del medio. Mi padre era instructor, y mi madre era un ángel de la muerte. Vivíamos en Chicago, un lugar muy habitado, en el que era fácil pasar desaparecido entre la multitud.

Cloe y yo solíamos ir a entrenamientos básicos casi todos los días, por los que pasan todos los ángeles en sus primeros años de formación y en el que se evalúan nuestras capacidades para escoger cuál sería nuestra área. Por eso, no pasábamos mucho tiempo en casa, a menos que fuese fin de semana. Entendíamos que era parte del proceso que todos debíamos cumplir, pero, más adelante, supe que nuestros padres habían tomado ventaja de eso para actuar sin que nosotros sospecharamos, o al menos, sin que yo lo hiciera.

Yo odiaba las clases, venía de una familia que se distinguía por su fuerza y astucia, sin embargo, parecía que solo Cloe se había llevado esas cualidades. Yo era muy débil y torpe, y siempre era emparejado en los ejercicios prácticos junto con chicos superdotados, en un intento de los profesores de que pudiese replicar lo que ellos hacían. Casi siempre me tocaban actividades con un chico asiático de mi edad, llamado Cassiel.

Me estresaba ver lo bueno que era en todo lo que se proponía, hacía ver todo más fácil de lo que era y nunca lo veía de mal humor. No soportaba las clases, pero en especial, odiaba aún más las clases prácticas. Para mí era imposible ser tan perfecto como Cassiel, y aunque él no tuviese la culpa, y en realidad, siempre me ayudaba con la mejor actitud, con cada día que pasaba incrementaba mi odio hacia él, y por todo lo que él era que yo no podía ser.

El último día de clases, un viernes por la tarde, Cloe y yo llegamos agotados a casa, después de un día lleno de pruebas físicas. Al llegar, me sorprendió notar que Alec estaba dormido, era casi la hora de la cena, y él no solía dormir en el día. Mamá sirvió la cena para ambos, y luego fue a levantarlo para darle un baño. Había dejado la puerta del baño abierta, así que desde donde estábamos, podía escuchar las risas de Alec desde la bañera.

Él es un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora