Capítulo 31. Secretos.

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Benjamín

Me había parecido muy abrupta la manera en que Cassiel se había retirado la noche anterior, justo como si escondiera algo. Pero sabía que no uba a ser posible averiguarlo con nuestros padres ahí, así que decidí esperar a que salieran en la mañana y luego de estar seguro de que se habían marchado, fui a buscar a Cassiel.

Cuando intenté abrir la puerta de su habitación, me sorprendió ver que estaba cerrada con seguro. Era algo extraño, y significaba que fuera lo que fuera que estuviese escondiendo, era algo grande. Toqué la puerta, esperando que me abriera.

—¿Quién es? —preguntó desde el otro lado.

—¿Como que quién es? Abre la puerta.

Al escuchar mi voz, se rio y escuché sus pasos.

—¿Qué pasa?

—Eso debería preguntarte yo a ti, ¿desde cuándo eres tan misterioso?

Nuestra conversación se estaba basando en hacer preguntas que ninguno de los dos respondía. Intenté entrar a la habitación, pero él se puso en medio.

—Estás ocultando algo —le reclamé.

Me hizo una seña con un dedo sobre sus labios, como para que guardara silencio. Obviamente, si estaba ocultando algo, no quería que nuestros padres lo descubrieran.

—No están —le dije—. Sabía que no podía averiguar qué estabas haciendo mientras estaban acá.

—Qué bueno, porque sí necesito hablar contigo.

—Entonces, ¿por qué no me dejas entrar?

Hizo un gesto con su cabeza, para que fuéramos a mi habitación, me preguntaba por qué estaba usando señas y gestos en vez de hablar, de todas maneras, lo seguí. Cuando cerramos la puerta de mi cuarto, finalmente entendí por qué se encontraba tan silencioso.

—Rubí está en mi habitación.

Me reí de inmediato.

—¿Estás haciendo todo este drama porque estás escondiendo a una humana en tu cuarto?

—Pues, sí.

—Bueno, sé que sueles ser muy correcto y todo, pero piensa en que me estás hablando a mí, Cass.

—Sí, y ese es exactamente el problema. Que ya no puedo burlarme de ti.

—No tiene punto de comparación, sabes que además de querer acabar con la maldad, tengo intereses personales en Teresa. Y sé que me pueden castigar por eso.

—No si nadie se entera.

—Pero lo harán, ¿de qué otra manera podemos explicar todas estas veces que la he buscado?

—Tiene que haber una forma, no necesariamente deben saber todos los detalles. Podemos decirles que un día estabas patrullando y viste algo raro en ella, por eso la seguiste. Y eso no es una mentira.

—Tienes razón, pero eso no explica por qué usé un orbe en una persona que no estaba enferma.

—No estaba enferma, pero corría peligro. Y si van a culparte por eso, recuerda que fui yo quién te entregó ese orbe.

Él es un ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora