JAIME

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Como apunte, en esta historia Jaime conserva las dos manos. Para lo que quiero desarrollar necesitaba a un Jaime peligroso y con una sola mano, hasta ahora, está lejos de serlo. No sé hasta que punto Martin piensa desarrollar la habilidad de Jaime con la mano izquierda ni tampoco si sufrirá algún tipo de involución si vuelve a ser tan hábil. En cualquier caso, este Jaime no es el mismo que en Juego de Tronos pero tampoco es el de Festín de Cuervos y Danza de Dragones.

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Jaime caminaba de un lado a otro de las murallas. Más allá de la puerta del León y del panorama desolado que antes fueron fértiles campos, el mundo parecía estar en llamas. El aire estaba lleno de humo, flechas y gritos. Abajo, el ejército de Aegon VI Targaryen acercaba las inmensas torres de asalto con las que pretendían tomar la muralla.

''Mata a ese impostor'' – le había dicho Cersei.

Impostor o no tenía un ejército de 20.000 hombres que pretendían asaltar la ciudad.

El viento ardiente hacía ondear su capa blanca y le azotaba el rostro, pero él no podía detenerse. Si conseguían tomar la muralla, la ciudad estaba perdida. Tal vez tardaran cierto tiempo, podrían resistir organizando emboscadas en las callejuelas y retirarse a la fortaleza roja.
Aunque Jaime no se hacía ilusiones. Eso era solo una forma más lenta de morir. Él no estaba hecho para morir de hambre. Esa noche sólo había dos posibilidades. Victoria o muerte.

La primera de las torres alcanzó al fin las almenas y la puerta que protegía a sus ocupantes de los proyectiles cayó con estrépito. Los hombres nunca eran tan vulnerables como cuando acababan de poner el pie en la muralla. No podía dar tiempo a que se reagruparan y organizaran.

- ¡Vosotros! – dijo apuntando con la mano a un grupo de capas doradas que estaban junto a él - ¡Seguidme! –
Antes de marchar agarró a ser Osmund por la muñeca.
- Suceda lo que suceda, no quiero oír hablar de rendición. Victoria o muerte ¿entendido?
- A vuestras órdenes, mi señor –

Jaime sabía lo que les ocurría a los derrotados cuando perdían una guerra. A él lo matarían después de torturarle. Lo mismo le ocurriría a Cersei, solo que a ella la violarían primero. Y el no quería vivir para verlo.

Cuando Jaime fue capaz de distinguir el rostro de su primer adversario, hizo salir la espada de su vaina, que silbó al paso del acero. Apenas la tuvo en sus manos, ya la giraba, describiendo un arco rápido y mortífero con el que asesinó a su primer enemigo.

Rápidamente lanzó otra estocada hacia el vientre del siguiente infeliz que quiso detener al Matarreyes. La espada cobraba vida en sus manos. Golpes bajos, golpes altos, comenzó a girar alrededor de cada asaltante que puso un pie en la muralla. Alzó su arma justo a tiempo para detener un tajo de un atacante que usaba una espada curva y rápidamente le rajó el costado con un movimiento descendente.

Hubo un tiempo en el que le bullía la sangre cada vez que entraba en combate. Le hacía sentir vivo. Pero no ahora. Jaime Lannister mataba con la misma meticulosidad con la que un artesano realiza su trabajo. Una calma mortífera que no le hacía sentir más adrenalina que el que observa el mar desde la distancia.
Cuando vio que no aparecían más enemigos comprendió que habían tomado la torre, al menos por el tiempo justo para arrojar aceite y una antorcha en su interior para asegurarse de que nadie más la usaría para subir.

- ¡Mi señor! – le llamó un muchacho a sus espaldas - ¡Tienen un ariete! ¡Están en las puertas!
- Joder – bufó Jaime – ¡ser Balon! – dijo mirando al caballero de la Guardia Real que tenía a su derecha – Vuestra es la muralla –
Tras decir esas palabras se encaminó hacia las puertas de la ciudad que amenazaban con caer. La madera crujía y se doblaba a cada impacto del ariete. Pronto cedería. Al verle llegar, los soldados que defendían la puerta formaron a su alrededor.
- ¡Formación en cuña! – ordenó justo antes de que la puerta terminara de ceder.

Se dispusieron en forma de punta de lanza, con él al frente. Avanzaban en un grupo compacto, siguiendo el ancho de la calle. El estandarte del león ondeaba, rojo y dorado, en las astas de las alabardas. Cuando el ariete al fin se abrió camino y el ejército enemigo entró en la ciudad no encontró un atajo de ratas asustadas. Encontró una formación compacta de hombres decididos a vender caras sus vidas.

- ¡Picas! – ordenó Jaime, y emprendió la carga.
El terreno estaba empapado y resbaladizo, sangre y cieno a partes iguales. Bajo la puerta, los hombres se daban la vuelta y se aprestaban para evitar su carga. Jaime levanto su espada.
- ¡Desembarco del Rey! – gritó.

Otras voces repitieron el grito y él se sorprendió de que un corazón tan fatigado y falto de emociones pudiera despertar el coraje de otros.
Una lanza pasó cerca de su rostro, arañándolo ligeramente. Jaime contraatacó incrustando la punta de la espada en su vientre. Después abatió a un arquero, abrió a un lancero desde el hombro hasta la axila y repelió el ataque de alguien que debía medir un palmo más que él.

Conforme avanzaban la maraña de enemigos se iba despejando. Sus hombres lanzaban gritos de ''¡Desembarco del Rey!'' y ''¡Matarreyes!''
''Por los dioses, no es normal que no sienta nada.''
A su alrededor hombres se arrastraban, sangrantes, que escupían bilis al toser, que trastabillaban y buscaban la forma de salvar sus vidas. La mayoría vestían los colores de la compañía dorada, que había contratado Aegon.

''Parece que estamos ganando''
Pero pronto vio que estaba equivocado. Ser Osmund Ketteblack se acercó a él a caballo para traerle las nuevas.
- La puerta del lodazal ha caído – señaló con su espada – La ciudad está perdida –
''Victoria o muerte'' – recordó – Parece que será muerte.

Se sorprendió a sí mismo por la poca desazón que le producía la cercanía de su final. Emprendió la marcha hacia la puerta del lodazal abriéndose paso entre los capas doradas de su propia guarnición que intentaban escapar de la ciudad por la puerta del león.

¿Eso es un elefante? Pensó al ver una enorme figura que se abría paso a través de las calles de la ciudad. Nunca llegaría a saberlo. Un caballo le embistió desde el costado haciéndole despegar violentamente. El golpe con el suelo fue una segunda bofetada, más impactante que la primera. Entonces, alguien se inclinó sobre él.

SUYA ES LA CANCION DE HIELO Y FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora