DAENERYS IV

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Por las ventanas altas y estrechas del enorme salón del trono, en la Fortaleza Roja, entraba la luz del atardecer, se derramaba por el suelo y dibujaba las largas franjas rojas en las cabezas de los dragones que colgaban de las paredes.
Habían pasado dos semanas desde la toma de la capital. Dos semanas en las que aún no había podido descansar correctamente. Multitud de asuntos que atender, peticiones que responder... Ni siquiera había podido formar su consejo privado.
Al entrar en la sala, Dany se encontró un montón de cojines de seda sobre el trono. Aquello le dibujó una sonrisa triste en los labios. Supo al instante que era cosa de ser Barristan. El anciano caballero era un buen hombre, pero demasiado literal en ocasiones.
''Solo era una broma'', pensó, pero se sentó en los cojines.
Las horas se arrastraron interminables mientras uno a uno iban pasando los peticionarios. El último era un hombre de una aldea cercana que había sido arrasada por un grupo de bandidos.
- Tengo... Tenía una cervecería, alteza, en Sherrer, junto al puente de piedra – dijo un hombre regordete y calvo que llevaba delantal de cervecero – La mejor cerveza al sur del Cuello, lo dice todo el mundo, con vuestro permiso, alteza. Ahora ya no existe, ha desaparecido, igual que el resto. Vinieron, bebieron hasta hartarse y derramaron el resto. Luego prendieron fuego al techo y también habrían derramado mi sangre si me hubieran atrapado, alteza –
Dany sintió el acero frío contra los dedos al inclinarse hacia adelante. Entre cada dos dedos había una hoja, las puntas de espadas retorcidas sobresalían como garras del trono.
- ¿Llevaban alguna insignia? – preguntó Ser Barristan - ¿Llevaban capas o estandartes con algún emblema? –
- No, mi señor – respondió el cervecero – Sólo vi que iban a caballo y con cotas de malla. Y bueno... –
- ¿Sí? – le inquirió Daenerys – decid lo que pensáis, nada tenéis que temer de mí –
- No sé si tendrá alguna importancia, alteza, pero mi cuñado dice que eran caballos de guerra. Trabajó muchos años en los establos del viejo Ser Willum, así que sabe distinguirlos –
- Bandoleros con buenas monturas – observó Tyrion – Puede que robaran los caballos antes de atacar –
- ¿Cuántos hombres componían el grupo? – quiso saber Dany.
- Al menos cincuenta –
Dany oyó murmullos bajo las ventanas del otro extremo de la sala. Hasta en las galerías se escuchaban susurros nerviosos.
- Adelantaos, buen hombre – Dany se puso en pie – Podéis volver a vuestro hogar sin temor. Os acompañará un centenar de mis inmaculados con órdenes de restablecer la justicia de la reina –
- Gracias, majestad – el cervecero se inclinó una vez tras otra antes de salir – muchas gracias –
Daenerys volvió a sentarse en el duro asiento de hierro que era el trono deforme de Aegon el Conquistador, ahora menos puntiagudo a causa de los cojines. Escudriñó con la mirada al hombre que arrastraban ante ella. Un escalofrío le recorrió la espalda.
- Alteza, tenéis ante vos a Lord Jon Connington, señor de Nido del Grifo – anunció el heraldo – Se presenta como acusado de los delitos de traición y conspiración contra la corona –
''Si tiene miedo, no lo aparenta'' – pensó Dany.
- ¿Sabéis por qué estáis aquí? – preguntó.
- Sí –
'' No se anda con rodeos ''
- ¿No tenéis nada que decir en vuestra defensa? –
- No –
- Menos mal, qué alivio – comentó Tyrion en tono seco.
- ¿Asumís entonces la condena que os será impuesta? – preguntó ella.
''Si yo estuviera en su lugar lo haría, desde luego. Lo contrario sería alargar la agonía''.
- No – Respondió Jon.
Un murmullo recorrió el salón. Dany se preguntó a qué estaría jugando ese hombre.
- La traición es castigada con la muerte, mi señor – apuntó Ser Barristan – es la justicia de la reina –
- Por encima de la reina están los dioses – respondió Jon Connington – Exijo un juicio por combate –
Dany le lanzó una mirada fría y airada.
- Os asiste ese derecho – admitió – Que lo juzguen los dioses. Mañana mismo quedará resuelto –
- ¿Por qué esperar a mañana? – preguntó Jon – Yo estoy preparado y Ser Barristan Selmy también lo está –
'' ¿Ser Barristan...? No, no puedo permitirlo''
- Alteza, permitidme defender vuestra causa – le pidió el anciano caballero – Es mi deber como lord comandante de vuestra Guardia Real –
- Vuestro lugar está a mi lado – le dijo Dany – Vuestra vida es demasiado valiosa para mí –
- Es comprensible, alteza – respondió Tyrion – Pero debéis saber que Jon Connington es un gran guerrero. Rivalizó con el Rey Robert en la guerra del Usurpador. No podéis enviar a un inmaculado y esperar que lo asesine –
- Alteza, el hombre que teme a la batalla no consigue victorias – añadió Ser Barristan – Lo mataré por vos –
- También podéis encarcelarlo – dijo Tyrion – No aceptéis el juicio por combate –
- Eso no es una opción – Ser Barristan soltó un bufido – El juicio por combate es una tradición ancestral –
- ¿Por qué arriesgar una vida a cambio de nada? –
- Por honor -
- Ya es suficiente – intervino Dany.
Lo que menos necesitaba era aguantar constantes disputas, ya tenía demasiados problemas. Se estaba poniendo furiosa. ''Si hago caso a Tyrion y lo encarcelo, habrá quienes me consideren déspota'' ''Pero si envío a Ser Barristan y pierde además de perder a un amigo haría crecer la incertidumbre sobre mi reinado''.
- ¿Tiene la reina algún campeón? – La desafió Jon.
- Lo tiene – Jaime Lannister apareció de detrás de una columna – Yo lucharé por la reina –
El rugido fue ensordecedor. Hicieron falta un centenar de capas doradas dando golpes contra el suelo con el asta de la lanza para que se volviera a hacer el silencio en el salón del trono. Para entonces Daenerys ya había recuperado la compostura. Le gustó ver el asomo de duda en los ojos de Jon Connington.
- Así sea –
Jaime Lannister era conocido como la mejor espada de los Siete Reinos. Y, a diferencia de Ser Barristan, era prescindible. Él no se había puesto al frente de sus tropas y jamás le había dado un consejo. ''Y hasta hace pocos días le habría condenado a muerte nada más verlo''
La justicia no se hizo esperar. Dany ordenó despejar el centro de la sala para que pudieran combatir. Le entregaron una espada a Jon Connington. El pelirrojo se permitió unos minutos para afilarla y atársela a la cintura. Se vistió de acero, como era tradición entre los caballeros de poniente y caminó hasta ponerse frente a Jaime Lannister.
Jaime en cambio no llevaba armadura. Vestía la misma chaqueta de cuero con la que se presentó ante ella, grebas y guantes. A la cintura, la vaina de su espada y un puñal.
- ¿Por qué el no lleva armadura? – dijo Dany, de repente muy nerviosa.
- No la necesita – respondió Ser Barristan.
Veinte metros los separaban. Jaime avanzó con paso rápido, Jon con ritmo más ominoso. Cuando estuvieron a sólo diez metros Jon se detuvo. Jaime siguió avanzando, inexorable. De pronto, la espada larga de Jaime se disparó en un aguijonazo que Connington, de alguna manera, consiguió detener. La violencia del impacto impresionó a Dany tanto como a Connington, que retrocedió trastabillando. El caballero intentó contraatacar con una estocada, pero el Lannister la desvió con facilidad despectiva. La espada cobró vida en manos de Jaime. Parecía estar en todos lados, una mancha acerada que no dejaba de moverse, cayendo por un flanco y el otro, golpes altos y bajos, estocadas arriba y abajo llevando a Connington por toda la sala e impidiéndole recuperar el equilibrio.
La armadura de Connington soltaba espantosos chirridos metálicos cada vez que la espada de Jaime impactaba en ella.
Entonces, Jaime lanzó una estocada hacia el rostro desprotegido de su rival. Jon intentó desviarla, pero aquello no había sido más que una finta. Perdió el equilibrio, trastabilló y dio un paso en falso. El Lannister no lo desaprovechó. Su espada se movió como un relámpago y encontró el espacio desprotegido de la pesada armadura, la articulación bajo el brazo. La punta atravesó cota de malla y cuero endurecido y consiguió besar la carne. Connington gruñó, pero no perdió la compostura. La sangre manaba de su sobaco y todavía debía caerle más por dentro de la armadura. Cuando intentó dar un paso, se le dobló una rodilla. Dany pensó que iba a caer.
Jaime estaba ahora a sus espaldas. Jon intentó volverse, pero con demasiada lentitud y demasiado tarde. Aquella vez la espada le atravesó la espalda hasta asomarle por el vientre, poniendo fin a la vida de Lord Jon Connington, el grifo redivivo.
Nadie dijo nada cuando el Lannister recuperó su espada, manchándose de sangre hasta el codo. Él mismo se había encargado de ejecutar la sentencia de muerte. Sólo se escuchó el rítmico sonido que brotaba de los inmaculados que entrechocaban las lanzas y los escudos.
- Bien hecho – le dijo Tyrion a Jaime cuando se acercó a ellos.
- Las doncellas parecían más dispuestas a aplaudir cuando el príncipe Oberyn accedió a batirse con Gregor Clegane.
- Eso es porque a la gente le suele resultar desagradable la muerte – respondió el enano – Y tú matas de forma horrible, hermano –
Hasta Ser Barristan tuvo un gesto de alabanza hacia el Lannister - Ha sido una buena finta – admitió.
- Os agradezco haber combatido por mí - dijo Dany – Podéis pedirme la recompensa que consideréis –
- Me basta con un baño y ropa limpia –
- Baño y ropa limpia tendréis –
Cada vez que la miraba Dany tenía la impresión de que la estaba desafiando. En los duros ojos verdes había algo que sugería la ferocidad de un espléndido felino. Inclinó la cabeza en señal de respeto y se marchó en busca de su recompensa.
''Es el hombre más peligroso de los Siete Reinos'' – se dijo a sí misma mientras le miraba alejarse – ''no lo olvides''.

SUYA ES LA CANCION DE HIELO Y FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora