JAIME VI

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Despertó con el sonido de un cuerno. Cuando salió de la tienda la nieve caía sobre el campamento, gélida, jamás había sentido un frío tan intenso. Tenía los dedos rígidos y temblorosos dentro de los guantes, la piel helada bajo las cinco capas de abrigo y cuero que llevaba.

Se reunieron en el centro del campamento, allí donde ''Gigante'' había hecho sonar el cuerno, a la espera, mientras veían caer la nieve.

Ahí vienen – oyó decir a Jon.

¿Quién viene? – preguntó Jaime.

No necesitó respuesta. Un chillido penetrante fue el preludio del caos más absoluto.

Los dioses se apiaden de nosotros, son miles – susurró Gendry.

Las espadas silbaron al salir de sus vainas. Se agruparon espalda con espalda, preparados para defender sus vidas. Un caballo relinchó, los pedros empezaron a aullar, y los chillidos cada vez se hicieron más frecuentes.

¡Es inútil, no podremos contenerlos! – gritó Jaime - ¡Hay que salir de aquí! –

¡Todos a caballo, bajaremos por la ladera sur! – rugió Jon.

¡Al sur hay un puto enjambre de muertos! – dijo el Perro.

Las otras laderas son demasiado empinadas – respondió Jaime – Formemos en punta de lanza, tenemos que... -

Su caballo relinchó y se encabritó, y estuvo a punto de lanzarlo al suelo al ver aparecer al oso entre la nieve. Estaba muerto, putrefacto, blancuzco. Se le había caído todo el pelo y la piel, también había perdido la mitad del brazo derecho, pero seguía avanzando. Lo único vivo de él eran los ojos.

¡Larguémonos de aquí! – exclamó Jaime.

Antes de salir del círculo de tiendas ya iban al galope. El jinete de la guardia que iba a su derecha se precipitó al suelo en medio del estrépito del acero, el cuero y los relinchos del caballo, y los espectros cayeron sobre él. Los caballos tropezaban, se asustaban, algunos caían, los hombres eran arrancados de las sillas. Jaime soltaba espadazos a diestro y siniestro, atravesando un enjambre de manos negras y carne muerta.

Los espectros no se apartaban, simplemente se dejaban arrollar y pisotear por los caballos. Incluso mientras caían, lanzaban zarpazos contra las espadas y las patas de los animales.

De pronto se encontraron rodeados de árboles. Ya no hacía tanto frío, los caballos dejaron de relinchar, los perros de aullar... Tuvo la sensación de haber despertado tras una horrible pesadilla. Buscó con la mirada al resto. Jon montaba veinte pasos delante de él. A su lado, Arya Stark y su amigo herrero. Tras él, Sandor Clegane, Brienne y Tormund Matagigantes. No encontró a nadie más.

¿Estáis todos bien? – preguntó Jon.

Estamos sin comida, sin bebida, sin abrigo... -

Hemos encontrado a los muertos – interrumpió Jaime – Ya podemos regresar –

No podemos estar solos – dijo Arya – ¿No ha sobrevivido nadie más? –

Pero la chica se equivocaba. No estaban solos.

Las ramas más bajas de un grueso árbol aún con hojas verdes dejaron caer su carga de nieve. Jaime se giró y blandió su arma.

Una cabeza de caballo surgió de la oscuridad. La escarcha lo cubría como una película de sudor congelado, y del vientre le salía un nido rígido de entrañas negras. Lo montaba un jinete pálido como el hielo. El frío y la ventisca llegaron de nuevo junto a él, tan intensos que incluso los copos de nieve parecían cálidos en comparación.

SUYA ES LA CANCION DE HIELO Y FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora