Epílogo

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Tras el nacimiento de los niños, el abogado citó a una reunión para leer la segunda parte del testamento. En aquella ocasión se juntaron en la casa de Aitor. Los niños estaban en Neonatología de la clínica y Analía tenía cuidados que debía seguir. Sus tíos y primos aceptaron.

―Bueno, como es bien sabido, la primera parte del testamento indicaba que debían tener un hijo, que las tres cuartas partes de la empresa serían para el padre de ese hijo. Ahora leeré la segunda parte de ese documento.

―¿Qué más hay que repartir si ya está todo dispuesto? ―preguntó Ferdinand.

―Hay más que solo las acciones, primo, hay mucho más ―contestó Aitor.

―¿Qué cosas?

―El patrimonio personal del abuelo, fundaciones, acciones en la bolsa, fondos mutuos, cuentas de ahorro, propiedades...

―No sabía.

―Por supuesto que no sabes, no eres empresario ni te interesan los negocios familiares.

―No discutan, por favor. Ferdinand, ¿puedes quedarte callado? Si no vas a aportar con algo de interés, mejor te callas.

―¡Papá!

―Papá nada. Ustedes no hacen más que darme dolores de cabeza, me cansé. No les puse un alto antes, pero ahora sí, si no van a ser un aporte, mejor que ni respiren. Y dejen que hable el abogado y Aitor si es necesario, ustedes no se meterán.

―No dijiste lo mismo la otra vez ―le reclamó Ian―, tú también estuviste de acuerdo en que se leyera el testamento apenas llegáramos del cementerio.

―Porque me dejé guiar por ustedes, pero ya no más. Si papá nos dejó algo o no, aparte de los millones que se los han malgastado casi todo en estupideces, es su asunto, él no tenía ningún deber para con nosotros.

―Siempre has reclamado contra tu hermano porque fue el favorito de abuelo.

―Sí, pero ¿saben qué? Mi hermano estuvo al lado de papá siempre, yo era el artista, el que pintaba, y sí, papá no entendía mi afición, aun así, jamás me faltó pintura, pinceles, atriles... un espacio. No teníamos nada en común, nada. Solo el apellido. En cambio, Remy estuvo siempre a su lado, aprendiendo del negocio, haciéndolo crecer, igual que Aitor. ¿Qué nos correspondería a nosotros si hemos sido gastos más que ayuda para la familia?

―¿Qué te hizo cambiar tanto, papá?

―Ferdinand, hace unos días, me llegó una carta que era de papá, dejó estipulado que, si él moría, me la entregaran seis meses después de su muerte. Ahí me explicó todo esto que les estoy diciendo, me pedía disculpas por no saber cómo llegar a mí, no tenía más modo que apoyando lo que hacía, aunque jamás pudiera sentarse a conversar conmigo de mi afición porque no la entendía, aun así, colgaba mis cuadros en la sala, en su oficina... No era que no me quisiera o no los quisiera a ustedes, solo que lo descolocábamos. Abuela era la artista, pero no estaba con nosotros, falleció cuando éramos pequeños, él me escribió que, de haber estado ella aquí, habría sabido qué hacer y todo hubiera sido distinto. Por eso ahora quiero que sea distinto. Hemos maltratado a su primo por el solo hecho de ser un hombre de negocios. Si su abuelo nos hubiera dejado todo su dinero a nosotros, estaríamos en la bancarrota, de hecho, el dinero que les llegó, ¿lo han invertido? ―Sus hijos negaron con la cabeza―. ¿Lo han puesto en una cuenta de ahorro? ¿Lo han utilizado bien o solo para darse gustos? ―Los hermanos no contestaron―. ¿Lo ven? No saben qué hacer con su propio dinero y quieren manejar el de otros. Si el testamento dice algo de que nosotros quedaremos con todo, rechazaremos la cláusula, Aitor es el llamado a hacerse cargo de todo. Así lo querría mi padre.

Madre por error (ONC2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora