capítulo tres

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Odio mutuo.


—Estaba en el pasillo junto a la sala de pediatría, y él vino y me ayudó cuando tropecé, es tan hermoso —decía con excesiva emoción una enfermera, la otra que estaba a su lado le complementaba los comentarios embobados por el Dr. Monster. Me recosté en la silla de cafetería, bebía mi café en el vaso de cartón que da la maquina exprés, mis oídos escuchaban las risas y comentarios molestos de las enfermeras, mis ojos veían a unas mesas más allá al Dr. Hablando con sus colegas y mi mente estaba visualizando una y otra vez a Sam transformándose en lobo. Todo de mí era un caos, y no podía ser peor, no podía, pero si fue.

Los residentes como yo tenemos la obligación de estar bajo la supervisión de un médico capacitado para enseñar, en estas características y teniendo en cuenta que somos solo tres residentes provenientes de la universidad de Washington, estaremos cada uno a cargo de los tres mejores médicos de este hospital. Adam va con el Dr. Cooper, llevan el turno mañanero. Danny va con la Dr. Maddie, y tienen el turno de la tarde, y como cereza del pastel, yo voy junto al Dr. Monster, quien tiene el turno nocturno. Ahora no sé a quién odio más, al Dr. Monster o al estúpido que cree que un turno nocturno por tres meses es "sano", moriré en la primera semana.

—El paciente presenta irritación en la espalda —digo al observar la libreta donde anoté sus datos.

—¿Dr. Cullen, estaré bien? —pregunta el paciente, es un hombre de unos cuarenta años, pero se ve tan frágil, como un niño pidiendo seguridad.

—Claro, solo deberá usar esta pomada y alejarse de los insecticidas —dice el Dr. el paciente sonríe y se le da su receta, se va y la sala de emergencia vuelve a estar vacía. Supongo que es lo bueno de que solo vivan tres mil personas aquí. Me siento en el área de los enfermos en espera, son unas sillas de plástico que están apoyadas a la pared. Pestañeo varias veces e incluso me restriego mis manos en mi rostro, pero no puedo deshacerme de la sensación de cansancio y sueño, es el día ocho desde que comencé con las nocheras, puede que duerma todo el día, pero no puedo engañar a la mente y menos a mi cuerpo, no cuando sé que es de noche. Veo en la pantalla de mi celular las 4:23 am, suelto un suspiro y guardo el aparato.

—Dudo que alguien llegue ahora —dice el Dr. Lo observo e incluso en mi aturdimiento puedo admirar su gran belleza, me sonríe suavemente y el recuerdo de Sam transformándose me atormenta, cierro los ojos con fuerza.

—Estoy bien —digo de inmediato.

—Anneliese, no me sirves cuando estas así —dice, sus palabras por primera vez desde que lo conocí son "duras"—, necesito a un compañero útil, a alguien en sus cinco sentidos. Duerme un poco y cuando te recuperes vuelve a trabajar —ahora se suavizo. Debía seguir de terca, no ceder ante su mandato, pero no me sentí con las fuerzas de hacerlo, asentí y caminé hasta la sala de descanso, observé el sofá incomodo que nadie quiere, pero todos necesitamos en algún momento de estos turnos, caí de lado sobre el sofá y cerré los ojos sintiendo un gran alivio en mi cuerpo y mente.

Mis oídos funcionaron antes que mis ojos, porque podía oír como alguien hablaba bruscamente, casi agresivo.

—Es que, ¡Viene solo a dormir! —decía aquella voz alterada.

—Hank, debes de entender, este turno es imposible para los internos —aquella voz que abogaba por mí era suave y tranquilizadora, era conmovedora.

—Carlisle no me vengas con esto, eres un claro ejemplo de que se puede vivir con este turno por más de dos meses. Hasta parece que has dormido ocho horas rejuvenecedoras.

—Sabes que es diferente, llevo años practicando esta forma, aprendiendo a vivir así. Simplemente déjala descansar, solo por esta vez —hubo un largo silencio, oí un quejido y después la puerta cerrarse, sentí una suave y delgada tela cubrir mis brazos y simplemente me volví a perder en el cansancio. Abrí mis ojos y la luz clara del día ingresaba por la cortina de lamas, me senté en el sofá y solo entonces sentí dolor en mi hombro y cuello, hice un leve gesto de dolor cuando me di cuenta de que a unos metros más allá, sentado en la silla junto a la mesa y leyendo un libro estaba el Dr. Monster. Recordé lo que oí, no sabía si era un sueño o no hasta que vi la chaqueta que estaba sobre mí, me cubría como una manta y ayudó mucho, porque no sentí nada de frío.

—Lo siento, tuve que hacerlo, tu temperatura bajo a eso de las cinco de la mañana —dijo con voz dulce, me intenté levantar y sentí un leve mareo, perdí mi equilibrio, pero no me caí porque el que estaba lejos ahora sostenía mi brazo con cuidado. Su piel fría se sentía penetrar en mi piel, era como un fierro helado en invierno, sin embargo, no me dañaba, su frío no me entumecía ni heria—. Lo siento —dijo al soltarme con cuidado. Debí seguir adormilada porque no me dio asco o miedo su tacto, no vi a Sam transformarse, ni vi a mi padre o Harry, solo vi esos ojos dorados mirándome cálidamente.

—Está bien, gracias —dije, mi voz estaba algo ronca. Él seguía cerca y quise desviar mis pensamientos al ver a mi alrededor, necesitaba ubicarme—. Habías dicho que a eso de las cinco me dio frío ¿qué hora es ahora?

—Las siete y media —bajó un poco la mirada, parecía apenado por la hora.

—Vaya, así que en realidad pasó —él me observó sin entender mis palabras—, lo del Dr. Cooper —me miró con sorpresa y algo de pánico, era extraño ver expresiones que no sean la típica sonrisa suave de muchos amigos en su rostro. Quería reírme, pero me contuve al apretar mis labios.

—Lo lamento, él es...

—Racista, xenófobo, misógino —dije sin pensar.

—Sí, no, espera, quiero decir —desvío su mirar y guardó silencio, suspiró y volvió a ver mis ojos—. Es un hombre complicado, algo incomprendido.

—¿Por qué? —dije rápidamente, él me observó unos instantes.

—Bueno, puede que sea de su pasad-

—No, eso no. ¿Por qué ves todo lo bueno en las personas? ¿Por qué perdonas a quienes te odian? —dije finalmente. Ahora estoy más despierta, más cuerda.

Odio a este monstruo porque puede matarnos a todos en cualquier instante, pero odio más mi actitud hacia él y el que no corresponda mi odio.
Detesto tanto ser la única que odia que hasta creo que soy una niña al comportarme así, por favor ódiame maldito monstruo.

Detéstame como te detesto.

—Hay algunas cosas que perdí con el paso de los años, pero algo que nunca he olvidado es el "ama a todos" —mis ojos seguían fijos en él, fue razón suficiente para que siguiera hablando—. Mi padre era pastor y me enseñó las escrituras sagradas.

—Claro, el amor cristiano.

—No sirvo para odiar, no es propio de mí. Simplemente entiendo que si me odias tienes tus razones, pero si me llegas a necesitar, ahí estaré.

—Te odio —dije secamente, mis ojos se cristalizaron y él sonrió suavemente, levanto su vista a mis ojos.

—Lo sé, pero estaré ahí para cuando me necesites. 

𝐏𝐈𝐄𝐋 𝐂𝐀́𝐋𝐈𝐃𝐀 - ᴘᴀʀᴛᴇ ɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora