El chico mariposa - Loneliness

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Thiago abrió los ojos. La luz del sol pegaba directo sobre su rostro nublando su vista. Una lágrima traviesa rodó sobre su rostro sudoroso, exaltado usó su cobija para cubrirse, le dio la vuelta a la almohada y se concentró en calmar sus latidos acelerados. No pasó mucho cuando su alarma sonó estruendosamente anunciando el inicio del día.

Otra vez tuvo una pesadilla.

Con un ojo aún cerrado se dirigió al baño. El agua fría lo despertó por completo.

Sin pensarlo, tomó su uniforme del armario y salió de la habitación. Los ronquidos de su abuela se combinaban con el canto de los pájaros mañaneros, creando una melodía conocida para él.

Después de preparar el desayuno y dejar las pastillas de su abuela listas, recogió su mochila y salió de la pequeña casa.

Su bicicleta se había averiado hace unas semanas, sin embargo, los pocos ingresos que tenían apenas alcanzaban para él y su Tata. No podía darse el lujo de mandarla a arreglar. Sin otro medio de transporte, aparte del tranvía, todo lo hacía caminando.

Con los contados rayos de sol pegando sobre su cabeza, se dirigió a la escuela. Tenía 20 minutos para llegar o la maestra de ética lo reportaría de nuevo. No podía tener otra mancha roja en su reporte, si lo expulsaban definitivamente su Tata se decepcionará y todo el esfuerzo para poder pagar la escuela sería para nada. No podía permitírselo.

Recorrió el camino hacia la escuela sin detenerse a saludar a la animada señora de la frutería que todos los días insistía en entablar una plática con él. Tampoco se detuvo cuando chocó con un grupo de señores que no se movieron incluso cuando Thiago se los había pedido amablemente.

Apenas llegó 2 minutos antes de que la campana sonará. Caminó a su salón ignorando a todos los que se cruzaban con él, dispuesto a tomar sus clases sin distracciones. La mañana transcurrió con rapidez.

Ya que la última clase terminó, Thiago tomó su mochila y salió sin despedirse de nadie.

Se dirigió a su segundo destino. Lugar donde pasaría el resto del día.

Tomó el tranvía que lo llevaría al restaurante donde comenzó a trabajar desde el verano pasado. Era su primer trabajo fijo, la paga era aceptable, y aunque en algunas ocasiones el ambiente era estresante, solía disfrutar de las tardes que pasaba ahí. El señor Higgins, el dueño, lo había contratado después de haberse quedado sin empleados de la noche a la mañana. Cuando comenzó a sufrir muchas pérdidas en ganancias y clientes, recurrió a su última opción como un acto de desesperación: Thiago, el único joven del pueblo dispuesto a trabajar ahí.

La razón de tantas renuncias era desconocida, sin embargo, Thiago comenzaba a sospechar por qué nadie duraba más de 2 meses trabajando en ese lugar.

Apenas inició su turno se peleó con el proveedor de la fruta, el de los lácteos ni siquiera se presentó. Una señora hizo un escándalo porque a su hijo le dieron su pescado sin cortar, y un grupito de adolescentes habían hecho un desastre en los baños, los cuales tuvo que lavar. A este punto Thiago estaba muy cansado y solo quería que su turno acabará de una vez. Para colmo, el único compañero de trabajo que tenía había faltado, por lo que Thiago tenía que hacer el doble de trabajo.

Estaba terminando de barrer la arena que se metía como una intrusa quedandose atorada en los marcos de los ventanales, cuando los últimos clientes se retiraron. Exhausto, Thiago se dispuso a cerrar para por fin salir de ahí. El sol comenzaba a descender, mientras que la luna salía a decorar el cielo.

Guardó las sobras del filete con ensalada del día en un tupper y las metió a su mochila, era la favorita de su Tata. Se pondría feliz.

Recogió sus cosas y salió del local cerrando con seguro, asegurándose de no haber dejado ninguna luz prendida. A pesar de las altas horas, Thiago no se dirigió a su casa. Avanzó por el puerto, el cual estaba lleno. Después de caminar un rato vio el inicio de un bazar. La gente se arremolinaba como hormigas, comprando y vendiendo.