Uno

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3 de Mayo 9548 a. C.

—Matad a ese bebé!—la furiosa orden de Rubius reventaba en los oídos de Vegetta mientras huía por las estancias de mármol del Olimpo.

El fuerte viento que soplaba por el pasillo sacudía su melena de color negra. Tras él corrían cuatro de sus demonios, protegiéndolo de los otros dioses que estaban más que dispuestos a cumplir las ordenes de Rubius.
Junto con sus demonios carontes, Vegetta ya se había cargado a la mitad de su panteón. Y estaba listo para matar al resto.

No le quitarían a su hijo.

La traición que había sufrido pesaba en su corazón. Le había sido fiel a su marido desde el día de su unión. Lo había seguido amando aun después de descubrir sus infidelidades e incluso había acogido a sus bastardas en su hogar.

Y ahora quería matar a su hijo. ¿Cómo podía hacerle algo así? Llevaba años intentando concebir un hijo del rubio. Era lo único que le había ansiado durante todo ese tiempo; tener un hijo.

Y por culpa de la profecía de tres niñas (las tres bastardas de Rubius, corroídas por los celos) su hijo sería sacrificado, ejecutado. ¿por qué? ¿por las insidiosas palabras de esas mocosas?

Nunca.

Ese era su hijo. ¡Era suyo! y mataría a todos los dioses Atlantes con tal de que siguiera con vida.

—¡Aro!—gritó, llamando a su sobrina.

La aludida apareció frente a él en el pasillo, tambaleándose de tal forma que se vio obligada a apoyarse en la pared. Puesto que era la diosa de los excesos, rara vez estaba sobria. Lo cual era perfecto para su plan.

Entre hipidos y risas tontas, Aro le preguntó:

—Me has llamado, tío? por cierto, ¿por qué están todos tan enfadados? ¿Me he perdido algo importante?

Vegetta la agarró por la muñeca y abandonaron el Olimpo, el lugar donde moraban los dioses atlantes, para materializarse de nuevo en Karmaland, el reino infernal gobernado por su hermano.

Fue precisamente ese lugar húmedo y prohibido donde él nació.

Ese era el único sitio que Rubius temía de verdad. Porque sabía que pese a todos sus poderes, él sostenía la supremacía en el reino de la oscuridad. Porque sabía que ahí podía destruirlo.

Puesto que era el Dios de la muerte, la destrucción y la guerra, Vegetta contaba con sus propios aposentos en el suntuoso palacio de su hermano, Willy.

Y ahí llevó a Aro.

Antes de convocar a sus dos demonios carontes de confianza, cerró puertas y ventanas.

—Juan, Alex, os necesito.

Los demonios, que residían en su propio cuerpo en forma de tatuajes, lo abandonaron y se manifestaron frente a él.

Juan optó por su forma humana común, con su playera de Marbella Vice a la cual le tenía un cariño descomunal y Alex por su parte tomó su forma humana divertida, su icónica tanga azul vibrante y su casco. No sin dejar a la vista sus cuernos y sus alas.

—Qué necesita Dios Vegetta?—preguntó Juan, refiriéndose a él con el respeto que siempre le mostraba. 

En realidad Veg jamás entendió el porque Juan se dirigía a el de esa forma, cuando su relación era más fraternal que cualquier cosa.

—Vigila que no entre nadie, me da igual que sea el mismo Rubius quien exija entrar, lo matas ¿Me has entendido?

—Tus deseos son ordenes. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora