Seis

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Spreen


El tiempo habían mejorado, o era menos peor.

Spreen había sido recibido por el Rey después de las suplicas de Mayichi, pero este no estaba dispuesto a reconocer al pelinegro como su hijo. Y menos luego terrible pasado en Atlántida, aunque no era culpa, para el Rey eso era una amenaza de desprestigio a su reino.

Mayichi había luchado e incluso sacrificado parte de su felicidad para lograr que su padre recibiera a su hermano y gracias a su nueva relación con el dios Apolo, lo había logrado.

Ahora Spreen vivía con su hermana, se había recuperado de las torturas y ahora no era más un tsoulus, ahora era "libre".

Las normas que su padre le había impuesto a él y a Mayichi para recibirlo habían sido concretas; no podía salir mucho de su cuarto, ni presentarse en reuniones familiares, no podía acercársele a Karchez y más cosas a la lista que de no cumplir sería azotado, y en innumerables veces ya había pasado. 

Su libertad era prácticamente condicional.

Era una obra de caridad más, o así se sentía él.

Y lo único que lo mantenía de pie era una relación particularmente distinta que sostenía con el Dios y Hechicero supremo de Tortilla Juaniquilador.

Su relación había comenzado por la debilidad de tal Dios ante la seducción que Spreen, pero al final era un Dios y Spreen, según la ignorancia del Dios, un mortal.

23 de junio, 9527 a. C.. 

El día había sido horrible para Spreen, por la mañana lo habían azotado por desayunar en el comedor principal de reino, Mayichi le había preparado un desayuno especial por su cumpleaños. Pero claro, era el cumpleaños de Karchez también y él Rey lo quería encerrado todo el día porque tendrían una fiesta para su heredero.

Sumando una de las discusiones que tuvo con Juaniquilador por no obedecer uno de sus deseos.

Esa relación que a Spreen solo le daba pocos momentos felices y le cargaba muchos más momentos horribles donde solo fungía como la mascota del Dios.

Se sentía miserable, como todos los días.

Spreen estaba sentado en la balaustrada de su terraza, borracho en la oscuridad y con la vista clavada en la fastuosa apariencia de los invitados que iban llegando para asistir a la fiesta de cumpleaños de Karchez. Estaba apoyado en la pared, pero había dejado las piernas colgando, ajeno al peligro. 

A esas alturas no estaba seguro de la cantidad de vino que había tomado. Por desgracia, no la suficiente como para matarlo. Aunque si tenía suerte, tal vez se cayera y acabara estrellándose contra las rocas donde encontraría una muerte espantosa. 

Eso sí que jodería por completo la fiesta de su hermano. 

Por primera vez desde hacía días, soltó una carcajada al imaginar que Karchez caía fulminado al suelo delante de todos los aristócratas y dignatarios. Se lo tendrían bien merecido. 

—¡También es mi cumpleaños! —gritó a sabiendas de que nadie podría oírlo. Y, aunque lo hicieran, le daba igual. 

Y estaba cansado. 

Nadie lo quería. 

El único motivo de que su «familia» lo tolerase era evitar la muerte de Karchez. 

—Ya no aguanto más. 

Aunque solo tenía veintiún años, estaba tan cansado como un anciano. Su experiencia superaba con creces la de una persona de su edad y ya no quería seguir sufriendo. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora