Veintisiete

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Roier apretó los dientes, indignado por la situación en la que se encontraba. 

Tenía las manos encadenadas por encima de la cabeza y los grilletes que le rodeaban los tobillos lo obligaban a tener las piernas abiertas, aunque podía moverlas. Era muy degradante verse en semejante postura y no poder hacer nada para remediarlo. Ni siquiera podía rascarse la nariz, y el picor lo estaba desquiciando. 

Gruñendo por la rabia y la determinación, tiró con todas sus fuerzas de las cadenas de las manos.

Escuchó una carcajada. 

—Ni te molestes. Solo conseguirás hacerte daño. Aunque te liberes, no sobrevivirás ni un minuto porque los daimons y los gallu caerán sobre ti en cuanto salgas de aquí. 

Roier se detuvo y vio a Satara a escasa distancia. Llevaba un traje negro ajustado y el pelo de un intenso tono borgoña. 

¿Qué problema tenían los dioses con el pelo y los constantes cambios de color? 

La miró con los ojos entornados.

—Me he pasado toda la vida enorgulleciéndome de mi condición de griego. Pero admito que después de conocerlos a Juaniquilador y a ti, estoy empezando a odiar mis orígenes. ¿Lo de ser tan hijo de puta te viene de familia o es un rasgo personal? 

Satara siseó como una gata a la que acabaran de pisarle el rabo. 

—No me insultes, humano. Supuestamente no puedo hacerte daño. Supuestamente. Ahora que lo pienso, tampoco te vendría mal sufrir un poco. 

Tal vez debiera asustarse, pero por increíble que pareciera Roier ni se inmutó por la amenaza. 

—Ahora en serio... ¿por qué estás tan decidida a matar a tu tío? 

Satara resopló. 

—Si te hubieras pasado once mil años obedeciendo sus absurdos caprichos de niño mimado, no me lo preguntarías. Hace siglos le ofrecí a Spreen un trato para liberarnos, pero el muy cabrón lo rechazó. Se merece todo lo que Juan le hace sufrir y un poco más. Pero yo no. A diferencia de él, yo no juré servirle deforma voluntaria a mi tío. Me obligaron a hacerlo, y encontraré el modo de liberarme. 

—Y cuando Spreen venga a por mí...

La carcajada de Satara lo interrumpió. 

—Spreen no aparecerá por aquí, guapo. No puede. Estás en el infierno atlante. Si tu amante pone un pie aquí para buscarte, su padre quedará libre y el mundo llegará a su fin. A Spreen le importa demasiado la humanidad como para dejar que eso suceda. Así que de momento eres toda mío. 

El ambiente se sintió pesado de pronto, incluso parecía todavía más oscuro. Roier juraría que había sentido una vibración en el recinto.

Satara notó la sombra recargada en el marco de la puerta, sabía perfectamente de quién se trataba y en su rostro lo mostró sonriendo.

Desde la oscuridad, Roier pudo divisar al extraño hombre revelándose en la claridad.

Era alto, fornido e increíblemente tenía los mismos ojos de Spreen pero con un toque verde esmeralda.

Su cabellera era castaña casi rubia y un mecho blanco colgaba en su frente.

—Vamos Cellbit, aquí está tu venganza—musitó Satara señalando a Roier.

Cellbit se acercó a ellos despacio, pero con gesto decidido. El sonido de sus botas resonaban.

No supo por qué pero aunque Roier no reconocía a aquel hombre, tuvo miedo.

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora