Catorce

919 140 8
                                    


—No mames, es el wey más alto que he visto en la vida. 

Roier se rió al escuchar a Valdo, que miraba a Spreen boquiabierto. Spreen meneó la cabeza, ya que era la enésima vez que Osvaldo le decía lo mismo desde que entró en la casa. 

—Ya wey, ya nos quedó claro —lo reprendió Aldo mientras dejaba la pizza en la mesita—.Vas a hacer que se sienta incómodo. 

Osvaldo soltó su cerveza al lado de las cajas. 

—Bueno, estará acostumbrado a que se lo digan. Con mi metro noventa y cuatro, sé que soy alto. Roier mide uno ochenta y cinco, así que es normal que nos resulte extraño ver a alguien más alto que nosotros. Sobre todo si a su lado nos sentimos como enanos, ¿a que sí, Roier? —Osvaldo se colocó al lado de Spreen y se puso de puntillas—. Aldo, tú no pasas del metro ochenta. 

Roier pasó de ellos al entrar en el salón con los diarios de la excavación. Apartó las cajas de pizza para hacer sitio en la mesita y soltarlos. 

—Vale, esto es del último año. 

Spreen se arrodilló y empezó a hojearlos. Roier se inclinó sobre su hombro para repasar lo que había escrito. 

—¿Ves? Casi todo es cerámica y fragmentos. Unos cuantos frisos y algunas jarras. 

Spreen se detuvo al ver un objeto tan familiar que lo dejó sin aliento. 

La peineta de Mayichi. La compañera de la que encontró siglos atrás. Con el corazón en un puño, pasó la mano sobre la fotografía y recordó lo guapa que estaba su hermana con ellas en su pelo rubio.

—Es increíble lo bien conservada que está, ¿verdad? —le preguntó Roier, ajeno al hecho de lo mucho que significaba ese objeto para Spreen—. Las perlas siguen intactas donde las incrustaron. El diseño es muy actual, un trabajo artesanal fantástico. 

—Sí. —Spreen se obligó a pasar la página para seguir viendo fragmentos de cerámica antes de que se delatara echándose a llorar. Y entonces lo vio.—¿Dónde está esto? 

Roier frunció el ceño al escuchar la voz severa de Spreen. Cuando miró por encima de su hombro, vio la recargada daga de oro que Bruce había encontrado. 

—Esa pieza sigue en el laboratorio, ¿por qué? 

—La necesitamos. 

—¿Es valiosa? 

Spreen titubeó. 

Desde el punto de vista de Roier, la daga no tenía más valor que el económico, pero dado que era un arma capaz de matar cualquier cosa que respirase, para Spreen era extremadamente valiosa. Igual que lo era para otras muchas criaturas que harían cualquier cosa con tal tenerla. 

—Sí. 

Osvaldo puso los ojos en blanco. 

—Mien, no entiendo cómo les gustan esos chismes tan antiguos. 

Aldo le dio unas palmaditas en el hombro. 

—Tú tranquilo. Nosotros tampoco entendemos tu obsesión por que te escupan en la boca. 

Spreen pasó de los comentarios y siguió viendo fotografías, pero no descubrió ninguna otra cosa de interés aparte de la daga atlante. 

Claro que, ¿para qué querrían la daga los dos chabones del coche? Los humanos no entendían su significado. Y ninguna criatura sobrenatural habría dejado el asunto así. Habrían ido a por Roier y lo habrían torturado hasta averiguar el paradero de la daga. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora