Diecinueve

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Spreen se postró de rodillas en mitad de la sala de admisión de urgencias, consumido por el dolor de sus heridas, por una angustia abrumadora y por una oleada de furia. No sabía por qué, pero la idea de que Roier no viviera lo afectaba tanto que ni siquiera podía respirar. 

—Roier —masculló al tiempo que lo sujetaba contra su hombro y le inmovilizaba la cabeza con la mano libre. Estaba muy frío, pensó mientras lo zarandeaba con suavidad—. Mierda, Roier, no te atrevas a morirte en mis brazos! 

Wanda llegó en ese momento acompañada por un médico y varios enfermeros. Lo agarró por los hombros mientras el médico le quitaba a Roier de los brazos. 

Aunque deseaba forcejear para impedir que se lo llevaran, sabía que no debía hacerlo. Tenían que salvarlo. 

«No interfieras. No... interfieras» , se repetía una y otra vez. 

Las manos de Wanda lo tocaban con ternura, pero no eran las que él quería sentir. 

—¿Spreen? —lo llamó la mujer con la voz quebrada. 

Ni siquiera pudo responder mientras los escuchaba pedir un equipo de parada a voz en grito y se llevaban a Roier en una camilla sin pérdida de tiempo. 

Siguió arrodillado en el suelo con el abrigo ensangrentado desplegado en torno a él, observando cómo se alejaban por el pasillo mientras su alma le pedía agritos que se vengara de aquellos que le habían hecho daño. 

—Creo que está en estado de shock. 

Alguien lo tocó. Gruñó al sentirlo y apartó al interno de un empujón cuando se puso en pie. Se plantó con firmeza en el suelo con las piernas separadas. 

—No estoy en estado de shock. Estoy bien. 

El interno miró a Wanda con los ojos desorbitados. 

—Cariño —le dijo Wanda, rozándole el brazo con mucho tiento—. No estás bien. —Sus ojos lo recorrieron de arriba abajo, reparando en sus heridas—.Tienes heridas graves y necesitas que te vea un médico. 

Spreen se limpió algo húmedo que le caía por la cara. Pensó que era sudor, pero al mirarse la mano vio que estaba manchada de sangre. Tenía una herida en la sien. ¿Cómo iba a explicarles que se curaría solo? Si no lo estuvieran mirando, usaría sus poderes para librarse de las heridas.

El que no podía curarse solo era Roier. Roier era el que había muerto. 

—Estoy bien. Lo juro. Solo necesito ir al baño. 

El interno no estaba muy convencido, pero nadie lo detuvo cuando se alejó de ellos y entró en el servicio. 

Una vez dentro lo consumió una cólera abrasadora. Su ansia de sangre era tal que sintió cómo se le ponían los ojos rojos. Hizo aparecer unas gafas de sol para ocultarlos antes de que alguien saliera de algún retrete y lo viera en toda su gloria inmortal. 

Tal era la magnitud de su ira que de su cuerpo surgió un rayo que provocó un cortocircuito en la instalación eléctrica del aseo. Sobre él cayó una lluvia de chispas procedente de las bombillas del techo mientras intentaba recuperar el control. 

«Sálvalo.» 

Podía devolver a Roier a la normalidad solo con pensarlo. Sin cortes. Sin heridas. 

«El simple hecho de lanzar una piedra puede hacer que todo cambie...» ,recordó la voz de Savitar en su cabeza. ¡Cómo detestaba esa parte de su conciencia! Su etapa como humano había sido un desastre por culpa de los dioses y sus intervenciones para controlar su destino. Para resucitarlo de entre los muertos. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora