Veintiocho

809 132 16
                                    


Spreen miró a Roier y la irritación que empezaba a sentir se desvaneció por completo. 

Estaba a salvo, y eso era lo único que le importaba. 

Echó un vistazo al grupo de amigos que había acudido en su ayuda, aunque aún no acababa de creérselo. 

—Muchas gracias. 

Rivers le tendió la mano. 

—Cuando nos necesites, solo tienes que llamarnos. 

Uno a uno le estrecharon la mano y le dijeron algo similar. 

El buen humor le duró hasta que Cellbit pasó junto a él y le dio un golpe con el hombro. 

La tensión se sintió de inmediato en el ambiente. 

—Para que lo sepás, yo también quería a Richarlyson. 

Cellbit ni siquiera se inmuto ante sus palabras, fijo su mirada en Spreen unos segundos más y desapareció de ahí.

Fit fue el último en marcharse. Se acercó a él y lo miró con la cabeza ladeada. 

Le dijo en griego:

—No sé, pero siempre me han sorprendido las heridas con las que cargamos durante una eternidad. Y a lo largo de estos últimos años me ha sorprendido todavía más el hecho de que la persona adecuada puede curarlas. Recuerdo que un hombre muy sabio me dijo una vez que todo el mundo merece ser amado. Incluso tú. 

Spreen resopló al escuchar el mismo consejo que el mismo le dio a Fit después de que casi perdiera a su esposa. 

—¿Y recordás que dijiste que cerrara la boca? 

Fit se encogió de hombros, como si nada. 

—Soy un gilipollas. Lo reconozco. De hecho, voy a terapia de grupo para Gilipollas Anónimos todas las semanas, pero cuesta mucho deshacerse de los malos hábitos adquiridos a lo largo de miles de años. Y creo que tú tienes que desprenderte de unos cuantos años más que yo. 

Spreen no supo que decir, solo sonrió.

Y eso bastó para que Fit se fuera también.

Spreen devolvió su báculo a Quesadilla mientras Roier se acercaba.

El castaño intentó mirarle la espalda. 

—¿Cómo estás? 

—Ahora mismo podría salir volando. —Le tendió la mano. 

En cuanto Roier le tocó los dedos, se teletransportó de vuelta a su apartamento. 

—Cabrón, pero avísame —exclamó al tiempo que arqueaba una ceja y observaba el apartamento—. Es pequeño. 

Spreen se quitó la mochila del hombro. 

—No necesito mucho espacio. 

—Ya somos dos —replicó Roier—. Pero sí necesito una cosa. 

—¿El qué? 

La mirada enamorada y sincera de Roier abrazó a Spreen. 

—A ti.

Saboreó esa respuesta y la oleada de amor que le inundó el corazón. 

Aunque en el fondo sabía que no tenían futuro. 

—No puedo quedarme con vos, Roier. 

—¿Por qué no? 

¿Estaba loco? ¿Ya se le había olvidado todo lo que acababa de pasar? 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora