Dieciocho

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—Adiós, chicos.

Roier se acercó a Spreen mientras este se despedía de las familias y los niños. 

El partido había terminado. E increíblemente Roier la había pasado muy bien. Aún desde las gradas, la compañía de Ari había sido muy buena y Rivers le había caído demasiado bien.

—Así que no eres tan hijo de puta. 

Cuando Spreen lo miró, deseó poder verle los ojos a través de las oscuras gafas de sol. 

—De vez en cuando sí que lo soy. Pero exijo una altura mínima para dejar a alguien sin dientes.

Sin pensar en lo que estaba haciendo, Roier colocó las manos en las caderas y se apoyó en la espalda de Spreen. En cuanto lo hizo, se dio cuenta de que había cometido un tremendo error, ya que lo asaltó una oleada de deseo tan fuerte que le costó la misma vida no agarrarle la cara entre las manos para besarlo.

Spreen estaba empapado de sudor pero no apestaba; todo lo contrario, olía tan bien que estaba deseando hincarle el diente. 

Roier carraspeó y se apartó de él cuando Ari y Rivers se acercaban a ellos.

—Ha sido un placer conocerte, Roier—dijo Rivers, mirándolo. 

—Lo mismo digo. 

Ari se colgó del brazo de su novia y le sonrió a Roier. 

—No te olvides de lo que te he dicho. Si nos necesitas... 

—Las llamaré.

La pareja se despidió y se fue no sin antes agradecer la compañía de Roier, ambas estaban contentas de que Spreen estuviera con el castaño, porque sabían perfectamente que no eran solo amigos. 

 Spreen quitó el silbato y lo devolvió al bolsillo donde estaba guardando todas sus cosas. 

—Espero que no te hayas aburrido viendo el partido. 

—No, la verdad es que ha sido divertido. Tienes unas amigas estupendas. 

—Cierto.

Ya listos, se dirigieron donde antes Spreen había aparcado la moto.

Roier levantó el casco, pero se detuvo al ver que Spreen cerraba los ojos, se quitaba las gafas de sol y se ponía su propio casco. ¿Se daba cuenta de lo que hacía o se había convertido en un hábito tan mecánico que ya era inconsciente? 

—Creo que tienes los ojos más bonitos que he visto en la vida. 

Spreen se quedó de piedra por lo mucho que lo conmovieron las palabras de Roier. Aunque no tardó en recordar que Juan también le había dicho algo similar...antes de insultarlo por tener esos ojos. 

«No te dejes engañar» , se dijo. 

—Gracias —respondió con voz ronca al tiempo que se subía a la moto. 

Después de que asegurara la mochila sobre el depósito de gasolina que tenía detrás, Roier se subió y se sentó con los muslos pegados a sus caderas. Esperó a que lo asaltara la conocida sensación de asco, pero no fue así. Cuando Roier lo abrazó por la cintura descubrió que le gustaba la experiencia. 

Arrancó el motor y clavó la mirada en esas manos entrelazadas sobre su estómago. Jamás había permitido que otra persona se subiera en la moto con él... ni siquiera Bobby. Cuando Roier lo abrazó con fuerza, le costó la misma vida no bajarlo de la moto y tirárselo como un animal en celo en mitad del aparcamiento, hasta que apaciguara el fuego que lo consumía.

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora