Veinticuatro

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Aterrado, Roier se alejó de Spreen mientras intentaba asimilar lo que acababa dedecirle. Estaba loco... Y él estaba desnudo y encerrado en una habitación insonorizada, con un pirado. 

—Vale —dijo despacio, alargando la palabra mientras intentaba encontrar la forma de llegar hasta la puerta que Spreen tenía detrás, para salir antes de que lo matara—. Vamos a tranquilizarnos. ¿No puede volver el Spreen tranquilito de siempre?

Su pregunta pareció herirlo. 

—No me tengas miedo, Roier. Quería decirte que soy un dios, pero no sabía cómo. —Cerró los ojos y se deslizó por la puerta hasta quedar sentado en el suelo con las rodillas pegadas al pecho. 

La posición le recordó a un niño pequeño al que acabaran de castigar por haber hecho algo sin querer.

—Sabía que dejaría de gustarte si descubrías la verdad —continuó Spreen—. La gente me desprecia cuando lo descubre. —Levantó la cabeza para mirarla a los ojos, que habían recuperado su turbulento color plateado—. «Se llamará Spreen, como el río de la aflicción. Al igual que el transcurso del río del Inframundo, su viaje será oscuro, largo e imperecedero. Tendrá el don de dar la vida y de quitarla. Caminará solo y abandonado... siempre buscando benevolencia, pero encontrando solo crueldad. Que los dioses se apiaden de ti, pequeñín. Porque nadie más lo hará.» 

Roier frunció el ceño mientras lo escuchaba recitar algo que obviamente le resultaba muy doloroso. 

—¿De dónde has sacado eso? 

Vio que en su mentón aparecía un tic nervioso y que se ponía colorado. ¿Cómo era posible que un pirado fuera tan guapo? 

—Es lo que dijo la sacerdotisa cuando nací en el plano humano. Soy un dios maldito porque mi papá quiso que mi padre me matara para impedir la destrucción de nuestro panteón. —Desvió la mirada—. Ojalá lo hubiera hecho. No sabés lo que es caminar por el mundo siempre solo en mitad de la multitud. Todo el mundo me ve, pero nadie me conoce. —Enterró la cabeza en las manos—. No debería haberte tocado. ¿Qué he hecho? Me pasaré el resto de la eternidad pagando por lo que he hecho esta noche. —La nota angustiada de su voz lo atravesó como un puñal. 

Roier se acercó a él despacio.

—Si de verdad eres un dios tan antiguo, demuéstramelo. Quítame y devuélveme la vista.

Spreen mantuvo la cabeza apoyada en los brazos. 

Ni siquiera había acabado de hablar cuando Roier lo vio todo borroso de pronto y al segundo no vio más. 

Jadeó al notar una dolorosísima punzada y parpadeó varias veces. Se quedó pasmado al  volver a verlo todo con absoluta nitidez. 

Tenía que tomar una decisión. Había tres posibilidades: Spreen le estaba diciendo la verdad; Spreen era un curandero con grandes habilidades; Spreen y él habían perdido por completo la cabeza. Se decantó por la primera opción. 

Spreen le decía la verdad porque eso le aclaraba muchas cosas. Le aclaraba el porqué de sus extraños ojos y su habilidad para leer una lengua que nadie más podía identificar. 

Se arrodilló a su lado y se acercó un poco, listo para salir pitando en caso de que le hiciera falta. 

—Tú me resucitaste, ¿verdad? 

Lo vio levantar la cabeza antes de que moviera una mano para tocarle la pequeña cicatriz que le había dejado en el brazo un accidente infantil con botella rota incluida. En cuanto la tocó, la cicatriz resplandeció y desapareció. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora