Treinta

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Spreen sentía un zumbido en los oídos y un horrible dolor en un hombro mientras saciaba el hambre que llevaba días padeciendo. 

La sangre era sabrosa. Cálida y saciante. 

Se alimentó, devorando con ansia, hasta que recobró la normalidad. Sin embargo, a medida que lo hacía aumentó su furia porque Juaniquilador lo hubiera dejado tanto tiempo sin comer.

Aunque no podía hablar en el estado en el que se encontraba, sí recordaba haberlo visto a través de la puerta. 

«Comerás cuando me complazcas...» 

—Juan, te juro... —dejó la frase en el aire cuando se apartó de su garganta y se dio cuenta de que no era Juaniquilador de quien se estaba alimentando. 

Era Roier, y la pérdida de sangre lo había dejado alarmantemente blanco. 

El horror de la situación lo dejó petrificado. Le había destrozado el cuello con los colmillos, tenía los ojos entornados y respiraba de forma superficial. 

«¡No!» , gritó su alma. 

¿Cómo era posible que le hubiera hecho daño? ¿Cómo era posible que ni siquiera lo hubiera reconocido? 

Porque Juan lo había mantenido demasiado tiempo sin comer. Y después le había arrojado a un humano, consciente de que no sobreviviría a la experiencia. 

—¡No! —susurró con un nudo en la garganta—No me dejés, Ro. Voy a conseguir ayuda. 

Lo escuchó toser y lo vio levantar una mano para rozarle los labios, que seguían manchados con su sangre. Reparó en el miedo que asomaba a sus ojos yen el dolor que sufría por su culpa. Los remordimientos amenazaron con ahogarlo. 

—¿Roier? —la llamó—. ¿Akribos?

Roier exhaló su último aliento antes de que sus ojos perdieran el brillo y de que su mano cayera al suelo con la palma hacia arriba. 

Un dolor insoportable se apoderó de Spreen al comprender que lo había matado. 

Echó la cabeza hacia atrás y rugió por la pena y la culpa. 

¡No lo había hecho a propósito! ¡Jamás le habría hecho daño a Roier! 

En ese momento vio que Juan lo observaba desde el otro lado de la puerta. La satisfacción que relampagueaba en sus ojos despertó en él el deseo de arrancárselos. 

Dejó con cuidado a Roier en el suelo antes de abalanzarse otra vez sobre la puerta, decidido a agarrar a ese hijo de puta que se lo había arrebatado todo. Otra vez. 

—¿¡Por qué!? —rugió. 

Juan entornó los ojos, furioso y sin el menor asomo de arrepentimiento. 

—Lo sabes muy bien. 

La puerta desapareció y volvió a quedarse encerrado en la oscuridad, a solas con el cuerpo de la única persona que había amado en la vida. Con el cuerpo del humano al que había matado. Encerrado en esa habitación, sin poder usar sus poderes, no podía sanarlo ni resucitarlo. 

Roier estaba muerto, y el culpable era él.  


...


Roier vagaba por una niebla densa y opresiva. Estaba perdido, desorientado. 

Lo último que recordaba era la cara de Spreen. El horror de su mirada, el miedo que ensombrecía sus preciosos ojos. Y también recordaba que le dolía mucho el cuello. Pero el dolor había desaparecido. 

SALVATORE- spiderbearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora