Capítulo Dieciséis.

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Estoy resuelto a vagar por ahí, lo más lejos de ti hasta que pueda volar a tus brazos y decir que estoy realmente en casa contigo, y pueda mandar mi alma arropada en ti a la tierra de los espíritus. Sí, desgraciadamente debe ser eso.

¿Serás más contenida y prudente desde que conoces mi fidelidad hacia ti? A ninguna más poseerá mi corazón, nunca, nunca.

-Killua.

Una mano pálida era sujetada por una aún más incolora, sus dedos se entrelazaron antes de que un pequeño gemido saliera de unos labios rojos y delegados, por primera vez en su vida la pérdida de algo le hacía sentirse llena y no asustada, Retz no tocaba, no se movía, no si él no se lo permitía, era su primera vez, su primera vez con la persona que ella amaba y aún así...

-Killua -, fue un susurro que intentaba despertar al chico, él la miraba pero sus ojos parecían perdidos, veía algo mucho más allá de ella y eso le hacía sentir incómoda.

Una parte de Retz sabía que proponer esto era demasiado cruel para Killua, acababa de perder a su persona amada y ella lo estaba utilizando para arrastrarlo a la cama. Cuando Retz mencionara este hecho en el futuro Killua siempre le diría «No es que yo no haya querido hacerlo», y ella durante un tiempo repetiría esas palabras como un mantra hasta que sus pensamientos se vuelvan en su contra una vez más y termine por volver a mencionarlo para recibir la misma respuesta, un ciclo interminable de culpa que Killua, con paciencia, siempre le ayudaría a mitigar.

-Retz -Respondió pero no había satisfacción en su voz, era distante y rasposa, la misma voz de un hombre que no ha hablado en mucho tiempo, incluso él mismo reconoció este hecho pues su mirada pareció adquirir el brillo de algo que Retz nunca podría definir pero que se acostumbraría a ver, aunque en ese entonces no lo supiera-, Retz -Volvió a repetir para ahogarla en un beso, sus labios mordieron y lamieron con brusquedad, con necesidad, había un hambre que no era carnal; era una búsqueda superficial de cercanía.

«¿No era esto lo que querías?», se había preguntado Retz cuando Killua comenzó a moverse arrancando suspiros de sus labios.
«Sí, es lo que quiero»
«¿Pero qué quiere él?»
¿Qué quería Killua en ese momento?

Retz se había respondido de diferentes maneras: consuelo, afecto, una excusa para aferrarse a que no lo había perdido todo. Retz pudo haberle dado todo eso de manera distinta y sin embargo se lo entregó de esta manera.

Retz sería repudiada por su familia, por la sociedad, terminaría acudiendo a Killua por consuelo y él le daría el mismo consuelo que ella le enseñó a dar, ninguno de los dos conocería otra manera de ayudarse.

Hubo un débil gemido de parte de ambos antes de que Killua terminara.
Cerraron sus ojos, a su lado Killua se acostó y hubo silencio.

-Las cartas... -dijo Killua y Retz volvió a respirar, los nervios al silencio le habían hecho contener la respiración hasta ese momento. Ella abrió sus ojos y volteó a verlo-, quiero que te las quedes.
-¿Que me las quede yo? -palpo las palabras en su boca y no le gustó la sensación que le quedó al saborearlas.- ¿Seguro?
Killua no respondió en cambio dijo:
-No quiero tener las palabras que alguna vez le dedique conmigo.
-Nunca pusiste su nombre en esas cartas
-Pero eran suyas -le interrumpió-. No las quiero.
Y su voz no pudo ocultar nada de su sentir, no tenía la experiencia para ocultar que tendría en el futuro, eso solo lo adquiriría con el tiempo.
-Está bien, me encargaré de que nunca vuelvas a ver esas cartas.

( ╹▽╹ )

Después del almuerzo Retz ordenó a los criados preparar un plato más y dejarlo en una bandeja dentro de la cocina, cuando su madre dejó de observarle fue fácil escabullirse hasta allí y caminar a pasos rápidos, a menos lo más rápido que la crinolina le permitía moverse, a la habitación de Gon.

Solo un Fallo ~KilluGon~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora